21.1 C
Hidalgo
viernes, diciembre 27, 2024

El paso del tiempo

Más Leídas

PIDO LA PALABRA

El espíritu navideño que se respira en todos los aparadores de los almacenes comerciales, el mendigo frio de la temporada, el típico aroma del ponche y los convivios que por doquier se organizan, no dejan otra alternativa más que presumir que hemos pasado un año más; pero en algunos, como en mi caso, tenemos que asumir que representa un año menos.

Nos vemos al espejo y observamos alguna arruga que, apenas escasamente cuarenta años atrás, no teníamos. Y lo recordamos como si fuese ayer, y ahora entiendo a Einstein: “el tiempo es relativo”, pues la mente de los maduritos está lúcida, joven, en plenitud; pero el cuerpo ya no responde a esa vitalidad y experiencia que caracteriza a la gente que ya tiene algunos añitos en este planeta.

Años de experiencia, de vivencias gozosas y perniciosas; sano equilibrio de la vida que ahora nos permite valorar lo logrado mediante el esfuerzo personal y familiar; rodeados de muchachos bisoños presumiendo sus victorias que nosotros ya hemos experimentado, y las suyas las sentimos al alcance de nuestra mano, las disfrutamos como si fueran nuestras, eso a veces es lo único que nos queda cuando nos enfrentamos a las nuevas generaciones que pretenden comerse el mundo de un solo bocado.

Al no aguantar su paso, no queda otra alternativa más que guiarlos, enseñarles el camino; aunque, ahí está la primera barrera entre las distintas generaciones; barrera inalterable, barrera de todos los tiempos, los jóvenes no quieren, no queríamos escuchar consejos, necesitábamos, y sigue sucediendo, experimentar nuestros propios errores, y el “te lo dije”, surge como una forma de desquitarnos de… Nuestra falta de talento por no saber transmitir el mensaje de exhortación.

Se dice que “el que no oye consejos no llega a viejo”, y es verdad a medias, pues los jóvenes de todas las épocas siempre fuimos proclives a no escuchar recomendación alguna, ir contra la corriente es típico de la juventud, y no obstante de ello, aquí estamos; siguiendo ese viejo ritual de aconsejar sin ser escuchados, de hablar sin ser oídos, de escribir sin ser leídos.

Vivir el tiempo, el de hoy, pues cualquier otro significaría vivir de los recuerdos del pasado o de la incertidumbre del  futuro, y eso es perder el tiempo. Hoy entiendo que los jóvenes tienen sus propios intereses, propios de su época, distintos a los que ya estamos en una edad madura, aunque nos sintamos joviales y tiernos todavía.

Muchas Nochebuenas hemos pasado en nuestras vidas, muchas alegrías, muchos sinsabores, muchas borracheras y resacas estarán escritas en nuestras bitácoras, pero como reza el refrán: “lo bailado y lo comido ya nadie nos lo quita”.

Se dice que el tiempo nos cambia, yo creo que no, más bien nos ubica en ese lugar que nosotros nos hemos reservado con nuestros actos, con nuestras vivencias, pues hoy somos simplemente lo que nos fraguamos ayer, el tiempo no nos cambió, solo nos maduró como a los buenos vinos, pero seguimos siendo el mismo vino, la misma cosecha que tarde o temprano se acabará.

El tiempo no se detiene, cada segundo es una nueva vida, cada instante es solo una quimera que como llega se desvanece; entonces sigamos al pie de la letra esa frase trillada de vivir cada día como si fuese el último de nuestra existencia, algún día lo será; pero cuidando siempre de no pasar sobre un estado de nuestra conciencia.

Un año más pero también un año menos, no importa, si sabemos que hemos dejado una semilla bien firme en esta tierra, una semilla que seguirá dando esos frutos que en nuestro nombre y apellido continuará contando las historias de esos viejos, que hoy sé, se sentían tan jóvenes como cuando alguna vez físicamente lo fueron.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

Autor