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jueves, octubre 24, 2024

El otoño que ya es invierno

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LAGUNA DE VOCES

Todos los días que deje de mirar el bailar de los cipreses, habré entendido que un poco de calma en el viento, ha permitido conocer la infinita paciencia de los pequeños pájaros que intentan volar una y otra vez, que se van de espaldas con el aire que nunca deja de soplar en las recámaras que les construyeron sus padres en medio de las ramas, hoy de un color pardo, pero tupidas para impedir la entrada del frío. Son iguales a nosotros los humanos, siempre en búsqueda del lugar donde ensayar cotidianamente el ritual de los adioses, primero cuando simplemente volamos a lugares donde creernos la historia del triunfo por dejar la casa paterna, o materna, según cada cual lo entienda. Pero después a todos nos da por regresar, cada semana, después cada mes, y finalmente en las fiestas decembrinas solamente.

Luego la casa desaparece en medio de una ciudad que desfigura su rostro a cada paso de los que deciden, según, transformarla, hacerla otra supuestamente bella como ninguna; pero todos sabemos que es algo falso, que termina siempre peor, y sobre todo arrasa con los recuerdos, la capacidad que algún día tuvimos para guarecer el olvido en las paredes que nos vieron nacer, partir, y ya nunca regresar, porque no había nadie a quién visitar.

Algo parecido le sucederá a los pequeños y recién nacidos jilgueros que se posan en las ramas del ciprés, hoy por hoy un gigantesco condominio de lujo donde han vivido desde su concepción. Quiero decir con esto que, aprendido el arte de volar, buscarán otro jardín, tal vez otros árboles, otro lugar donde dar sentido a su existencia. Y muchos nunca volverán, no porque quieran hacer realidad la poesía de Bécquer, porque además no son golondrinas, sino porque la vida los trata igual a ellos que a los que acostumbran mirarlos en las tardes hoy llenas de frío.

Así que somos iguales, no solo parecidos, y a lo mejor, pasados los años que tiene de duración su ciclo de vida, alguna vez se asomen con curiosidad a lo que de jardín y fuente quede, para recordar que en ese árbol cadavérico fueron deseados, luego concebidos y finalmente colocados en el dintel de un cancel donde se miraban en el espejo de los vidrios, para emprender el primer vuelo de aprendizaje.

Es algo cierto, real, que los ciclos se cumplen, y la memoria que traía a los ojos una casa donde vivían mis padres ha desaparecido, igual que ellos, igual que uno mismo cuando sea el tiempo.

Pero hoy están los pequeños pájaros trepados en la punta del ciprés, asomándose al horizonte, donde pondrán en práctica las enseñanzas recibidas, no solo de vuelo, sino de aventura que deben vivir. Y lo harán, seguro que lo harán.

Si su recuerdo es leve como dicen que es en las aves, sufrirán menos que quien hoy los mira, agitados por el viento helado, por su árbol-hogar que ha crecido más de la cuenta, y apenas se sostiene ante la ventisca del otoño casi invierno, y un sol que de triste contagia la nostalgia por quién sabe cuántas cosas. Tal vez las mismas que hoy mismo sabemos, habrán de irse para siempre, igual que uno.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@Javier EPeralta

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