PEDAZOS DE VIDA
Si me lo preguntas, siempre fue luz en nuestras vidas, su sonrisa emanaba como manantial eterno, bailaba y cantaba hasta que llegaba el alba; luego tomaba una escoba y recogía los pedazos de piñata regados en el patio, brindaba sin medida y como si temiera que el silencio lo alcanzara en el camino a casa, se iba cansado quizá para no pensar más, sólo llegar a dormir.
Siempre fue el primero en desear “felices fiestas” y el último en irse. El que animaba las posadas o las reuniones, lo que nunca le gustó fue el contacto, nada de abrazos ni besos para despedirse o saludar, siempre fue así, una primavera eterna, aunque por dentro, vivía un invierno eterno. Uno sin luces ni canciones. Un cansancio antiguo le habitaba el pecho, una tristeza en lo más recóndito de su ser, ahí en el lugar donde se gestaba el oscuro silencio de la realidad.
La noche del 31 de diciembre llegó con su ritual de siempre: risas prestadas, promesas que flotaban en el aire como globos frágiles, brindis y sonrisas para las fotos y deseó salud a todos. Nadie notó que su mirada se quedaba un segundo más en cada rostro, como si tratara de memorizarlos.
Se sentó junto a la ventana, observó los fuegos artificiales lejanos y pensó en lo mucho que había intentado sostenerse. Pensó también en lo difícil que era pedir ayuda cuando uno ya no tiene fuerzas para explicar el dolor. En la víspera del año nuevo, el mundo celebraba la esperanza. Él, agotado de fingir que la tenía, se despidió en silencio.
Toda la familia murió, fue intoxicación con gas, aunque dicen que esperaba atento que no se frustrara el plan, que estaba cerca para que, en caso de necesitarse, hiciera explotar la casa, pero eso no fue necesario. Si me lo preguntas, no sé por qué actuó así, no sé qué pasó por su cabeza. Ni siquiera estoy seguro de que se haya suicidado en la prisión, hay cosas en este mundo que simplemente no sabremos, esas que se esconden en el oscuro silencio de la realidad.


