LAGUNA DE VOCES
Existe un instante en la vida de cada ser humano, cuando se define el destino que habrá de seguir hasta el último día de su existencia. No es mágico, tampoco espectacular, pero sí definitivo porque se trata de algo fincado en una honestidad legítima, a prueba de cualquier circunstancia, y porque además se da en la edad más allá de la madurez, cuando resulta evidente que nada podrá cambiar como consecuencia de invocar tantas promesas, aunque sí por el tiempo, el dramático y contundente tiempo.
Sin la angustia que trae apostar todo a ser futbolista, músico, escritor, y fracasar en el intento, con toda seguridad ser viejo ofrece un verdadero paraíso porque el fracaso es el menor de los problemas cuando empezamos a ser olvido entre los que tienen menos de 40 años, y fantasmas en quienes son niños y adolescentes. Fantasmas que les dan risa por las ocurrencias del que ha dejado de temer al ridículo.
Por muchas razones, pero fundamentalmente porque antes se trataba de triunfar o fracasar, es muy seguro que se hubieran tenido mejores resultados, si ese afán por ganar la gloria que ofrece una supuesta victoria, nos hubiera permitido simplemente disfrutar lo que hacíamos, sin otro objetivo que sentirnos vivos si portereábamos con singular talento en una cascarita futbolera, si dábamos con cada una de las notas de la dichosa sonatina de Clementi, si lo que escribíamos gustaba a quien deseábamos de corazón que le gustara.
Sin embargo, teníamos tanto tiempo por delante, que dejamos de ir a jugar fútbol, porque en definitiva no seríamos los mejores, menos en el piano que nunca se nos dio, tampoco en la escritura porque inconscientemente siempre acabábamos escribiendo como el autor admirado.
Y con tanto camino por recorrer, nos empezamos a sentir tristes, amargos, alejados de toda buena intención por cumplir con la obligación más importante de todos los seres humanos: ser felices. Y sin felicidad no se da nada de nada, como no sea una profunda desolación.
Pero resulta que es justamente el tiempo remedio absoluto para toda esa condición, porque en realidad empieza a disminuir cada día, apenas brisa incluso, con la diferencia de que llega junto con el instante justo, único, indivisible, claro como nunca, en que nos damos cuenta que está bien, que no hay problema, que la vida siempre debió contarse por día, el de ahorita mismo, no por futuros que concebimos inalcanzables, para eso, para nunca alcanzarlos.
Ser viejo no tiene que ver nada con el cinismo, o con la actitud de algunos, que son los menos, más prepotentes y agrios que nunca. Es, por el contrario, una profunda convicción de que es posible enseñar a los hijos, los nietos, que la fórmula más simple de lograr algo, si es que lograr es el gran objetivo, es con la confianza puesta en la existencia para conocerla.
Tal vez también para dejarse de odios, de rencores, de obsesiones por los asuntos materiales, aunque, eso sí, nunca renunciar a dar el valor justo a la única pócima mágica para seguir alegres por el camino de la vida: el amor, destino único y vital en toda existencia humana.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta