LAGUNA DE VOCES
En una fotografía se ve a un hombre viejo en medio de cientos de libros, una libreta en las manos, donde anota algo que no se logra ver. Se ve meticuloso en cada una de las letras que dibuja, en los títulos que tiene enlistados, y es difícil saber si escribe la última lista de lecturas que hará, antes de partir, porque está encorvado, se diría que cansado, no enfermo porque algo ilumina su rostro, y debe ser cierta esperanza. Tal vez sea un reto con la muerte, y antes de que se lo lleve, está obligada a respetar su voluntad de leer unas cien obras que le quedaban pendientes.
Así que es un lector asiduo, constante, por lo tanto, gustoso de pasar horas y horas con un mundo en las manos, a veces real, otras no. Gusta de la lectura más que los teléfonos modernos, donde queda poco para imaginar. De tal modo que le gusta imaginar nuevos mundos, nuevas posibilidades de quedarse en el recuerdo de su nieto, que asoma los ojos en una fotografía colgada en la pared.
Sin embargo, algo planea, porque lo que hace es clasificar cada libro, que lucen sin polvo, lo que habla de una tarea previa en la que sacudió a golpes de un trapo de esos que ahora llaman de microfibra, el lomo de cada tomo, seguro estornudó, y quedó contento cuando vio con rostro limpio su colección.
Esto nos lleva a preguntar cuándo adquirió esa afición, leer, hoy tan olvidada en las nuevas generaciones, que poco se asoman a esos mundos donde sus abuelos pasaron buena parte de su vida. Ahora se vive, no se fantasea con vivirla, les contestan, pero siempre es bueno imaginar lo único que puede ser el mundo, y luego amargarse con que no era así.
Pero el viejo se ve feliz. Y si le jugó una mala pasada a la muerte, si le ganó con una lista interminable de obras que terminarían de ser saboreadas, disfrutadas, recordadas, es un hecho que se habrá unido al círculo de lecturas de viejos lectores para muertes reales o imaginarias, pero que gustan de cambiar finales tristes, porque tanta tristeza las tiene cansadas, y hasta pesimistas.
El círculo de lectura para muertes de todos los continentes quedó abierto con la primera lista que entregó puntual, el viejo de la fotografía.
Ahora, cuando le toque a uno irse, será una nueva forma de decir adiós. Es decir, tendrá lo mismo la angustia y culpa de Dostoievski, que la inocencia vital de Dickens, la fantasía por volar y esconderse en mundos paralelos de Auster, y los ambientes sin historia de Murakami. Todos, por supuesto, aderezados, los adioses, con la costumbre de hacerla pasar, a la muerte, por vida, de Rulfo.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
X: @JavierEPeralta