LAGUNA DE VOCES
No han dejado de caer gotas en el plafón de mi oficina. Seguro es porque el arquitecto Coria puso acelerante cuando coló el segundo piso, me digo, y entonces, de repente, sin darme cuenta, aparece la imagen de un hombre siempre apurado, con el cabello peinado para el cielo, moreno, y una actitud optimista ante la vida como solo quien tiene una hijita enferma puede asumir para buscarle, hora por hora, minuto por minuto, las posibilidades para atenderla, y pedir al cielo le deje todo el tiempo que pueda y así cuidarla.
Sin embargo, murió al final de un año que desconozco, víctima de un infarto masivo, sin lugar a dudas con un solo pensamiento justo ahí en su corazón: su hija.
El arquitecto Coria, que así se apellidaba, fue el primero en llegar para hacer el cálculo estructural del pequeño edificio donde se asienta el periódico. Meticuloso a más no poder, gustaba de caminar aprisa a todo lo largo del terreno, y mirar en su imaginación lo que sería la nave industrial para la rotativa, el área de diseño, la redacción, los despachos de las direcciones, distribución. Aun antes de que le encargáramos la obra, ya conocía de principio a fin el proceso para elaborar un periódico.
Son decenas y decenas de personas las que uno conoce en el nacimiento y posterior establecimiento de un periódico diario; personajes únicos, porque además de todo, su muy personal estilo de hacer las cosas se queda, yo diría que, por siempre; en el caso del arquitecto, en el jardín que instaló con pequeños portales y una fuente en medio, en las letras de la entrada, junto a una fuente que hoy es un gigantesco masetero, donde crecen plantas y flores.
La vida nos ofrece un sinfín de personajes que dejan su permanencia en un lugar, al que pusieron su empeño, su trabajo y su imaginación para darle su sello particular, su presencia, que se hace más fuerte cuando mueren jóvenes todavía, como el caso de la reportera Malena y Jorge, encargado de hacer láminas.
Al arquitecto Coria siempre le habrá de definir su hijita, que con el sistema de señas le platicaba, y seguro le aplaudía cada una de sus obras, porque él era prácticamente todo, desde carpintero, electricista y a veces hasta plomero.
Sí, usted dirá que entonces de qué me quejo por la gotera que suena contra el plafón, pero ahora que me acuerdo, fuimos nosotros, los que le dijimos que urgía terminar el pequeño edificio, y que no importaba si ponía acelerante al colado, con tal de que ya pudiéramos empezar la instalación de oficinas y un montón de aparatos que hacen posible imprimir todos los días un diario.
Así que seguro, cuando llueve y suena el plafón como si alguien tocara con los nudillos de la mano la puerta, mejor le digo al arqui que todo está bien, que después de todo dimos por sentado que a la brevedad construiríamos el tercer piso y ninguna lluvia causaría problemas; pero no fue así, y ni modos que quejarme.
El hecho fundamental cuando escucho el tamborileo de las gotas, es que Coria era un buen padre, que hacía girar todo su día en la pequeñita que le decía seguramente palabras llenas de cariño, con los signos que dibujaban sus manos en el aire.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jepealta@plazajuarez.mx
X: @JavierEPeralta