Donde habita la esperanza

LAGUNA DE VOCES

Regresar a los paredones que conducen a la laguna del pueblo, hizo que de repente cada una de las voces guardadas entre sus grietas empezaran a gritar, a reconocerse unas con otras, alcanzar el recuerdo que algún tiempo les dieron vida. De alguna forma, la última conciencia viva a esas alturas, reunió en un solo momento el universo que se había expandido hasta lugares infinitos, donde habitaban los nuevos moradores de la tierra prometida.

Sus ojos miraron a detalle las caricias que el amor pudo construir, redimir los tiempos más tristes, cuando pensó que incluso la pobre melancolía por los tiempos idos no serviría como faro para encontrar el camino. Pero pudo. Al anochecer descubrió que la senda se iluminaba con luces, que, por supuesto eran almas, por supuesto eran la única solución para el momento en que hasta los suspiros estaban quietos, inmóviles, porque el silencio era el primer don que había otorgado la profunda fe, confianza, en que de la voz naciera un rostro.

El mejor lugar era justamente el camino que lo llevaba de regreso al primer momento en que comprendió la realidad de ese otro mundo, ese en que resultaba posible volver a mirar el principio de las cosas, de todas las cosas que nunca supo entender.

Así que empezó a caminar, a distinguir a la perfección su historia, mínima, entre grietas y más grietas de los viejos paredones, tanto como el nacimiento del mundo, y escuchó la historia que había olvidado, tan simple, tan sencilla, pero tan clara, que trataba del amor, el amor que sí existía, que no era una invención, que le garantizaba regresar a ese lugar donde todo se mira, todo se comprender, todo hasta las estrellas de los lugares más alejados.

Aquí, en una tierra que nunca estuvo muerta, que recuperaba el corazón, la voz del alma de cada uno de los que se habían ido para lugares lejanos, pero que regresaban, siempre regresaban a descubrirse a sí mismos, a saberse parte de la historia más cierta que haya existido.

Eso era el camino a una laguna seca, sin agua, porque a todos, casi a todos, se les había olvidado que sin almas que cantaran, que juraran haber amado, todo queda destruido, para siempre en el olvido.

Así que regresó. Y con la sinceridad que da mirarse en el pasado, en el presente y donde quiera que sea el futuro, juró que en tanto pudiera saber de sus ojos, de sus manos, de ella, todo empezaría a cada segundo, a cada minuto, a cada hora, día, mes, años, siglos. Todo.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx

X: @JavierEPeralta

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