RELATOS DE VIDA
Se acercó con cautela, con un poco de duda, de esa que te alcanza porque necesitas preguntar algo y sientes un malestar físico porque no te gustaría que las personas que se encuentran en tu espacio, se enteren.
Media hora antes, Rutila mostraba firmeza e incluso dureza, reclamó por el retraso de la atención, se echó una siestecita en el silloncito de la sala y se dispuso a esperar su turno relajada, hasta que oyó su nombre, la voz provenía del consultorio ubicado justo frente a ella.
Susurró un “¡Por fin!” e ingresó al consultorio, en una mano llevaba una bolsa para el mandado dentro de la que colocó su monedero y un suéter que decidió quitarse porque estaba acalorada, y en la otra sostenía el folder con sus documentos y estudios previos.
Después de 20 minutos, Rutila salió de ese cuarto, en donde algunas de las veces se reciben noticias fuertes y dolorosas. La energía se le desvaneció, con la cabeza agachada y pasos lentos, intentaba llegar al módulo de atención, para agendar una nueva cita.
Cuando logró llegar al cubículo encargado, sus ojos cristalinos se alistaban para dejar fluir el agua salada que emana del manantial del profundo dolor. Respiró, y comenzó a reunir la mayor de las fuerzas: – ¡Me agenda una cita, por favor, señorita!- dijo.
Era imposible no detectar que había un sentimiento a punto de salir, lo que orilló a la asistente a preguntar a la adulta mayor: – ¿se encuentra bien, necesita algo?- de manera inconsciente, en una forma de preparar la respuesta, subió su mano hasta el pecho, acarició su seno derecho, y lastimosamente aseguró que el estudio fue doblemente negativo.
Describió que no se trató solamente del apachurrón de pecho que le dieron para realizar el estudio de detección de cáncer, que le dolió “¡muchisisisimo!” sino porque además le detectaron irregularidades que tendrán que ser analizadas a detalle con un estudio complementario, y por eso estaba sacando la cita.
Acabado de pronunciar esas palabras, sobó delicadamente cada uno de sus pechos, se escucharon ligeros sollozos y el escurrimiento de lágrimas por ambas mejillas fue inevitable, todo con el afán de disminuir el dolor causado por el doble apachurrón: el primero, del estudio realizado; y el segundo, por el nuevo que deberá pasar, bajo la plegaria de que la irregularidad no sea maligna.