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viernes, diciembre 5, 2025

Diciembre: espejo de la diversidad emocional

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POR EL DERECHO A EXISTIR

El calendario marca el último mes del año. Diciembre llega con su carga simbólica: fiestas, encuentros y desencuentros, mesas rebosantes de comida y otras con ausencias que pesan más que cualquier platillo. En algunos hogares, la violencia se disfraza de convivencia; personas que han sido receptoras de agresiones se ven obligadas, por mandato familiar o social, a compartir espacio con quienes les han herido. La armonía, en esos casos, no es más que una ficción incómoda.

Las fiestas decembrinas son un espejo de la diversidad emocional: para unas personas, alegría; para otras, nostalgia. Para muchas infancias, ilusión; para otras, el recordatorio cruel de la desigualdad. Las calles se llenan de luces y también de dinero en movimiento: el aguinaldo, tan esperado, llega como alivio para algunos y como ironía para otros, porque mientras se sueña con estabilidad, lo que crece son las deudas y el desencanto. Para muchas familias el aguinaldo llega como un respiro, pero también como un recordatorio de que la inflación crece pero no los sueldos.

Las promesas de aumentos se diluyen en juntas directivas donde el bienestar del personal no es prioridad. Las instituciones que deberían proteger a las y los jefes de familia se convierten en cómplices del desencanto, más preocupadas por indicadores y reconocimientos que por garantizar condiciones laborales justas.

Diciembre también es tiempo de esperanza, esa que se renueva cada año con la promesa de que el próximo será mejor. Pero ¿qué pasa cuando esa esperanza se convierte en rutina? Cuando por años se ha esperado el reconocimiento laboral, el aumento prometido, la mejora que nunca llega. La realidad golpea: lo único que incrementa son las facturas y la sensación de que el esfuerzo no basta.

¿Cuántos años llevamos esperando lo mismo? Esperando que se reconozca el trabajo, que se cumplan los derechos, que la estabilidad deje de ser un privilegio. Mientras tanto, las empresas celebran metas cumplidas y las instituciones presumen programas que no llegan a quienes más los necesitan. La brecha entre el discurso y la realidad se ensancha, y las consecuencias las pagan quienes sostienen hogares con jornadas larguísimas y salarios insuficientes.

Diciembre debería ser tiempo de encuentro y alegría, no de angustia por estirar el aguinaldo ni de soportar violencia disfrazada de convivencia. Tal vez sea momento de exigir que las luces no solo adornen las calles, sino también iluminen la conciencia de quienes toman decisiones. Porque no hay verdadera prosperidad mientras el bienestar de las familias siga siendo la última prioridad.

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