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sábado, noviembre 2, 2024

Día de muertos: más allá de una tradición

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LUZ DEL PENSAMIENTO

En México existe una tradición histórica, singular en el mundo. En fechas similares, en algunos países, se celebra el Halloween donde reina el entretenimiento, se vuelve una fecha adepta del terror y pasatiempos similares. En otros países occidentales, como en España y Europa, a inicios de noviembre se celebra a los fieles difuntos, pero a pesar de tratar más directamente con los muertos su sentido es estrictamente religioso y el trato con estos un poco distante. En otros lares del mundo también hay festividades y celebraciones que honran a los muertos, pero son vistas de manera aún diferente a como lo es en México. Por ejemplo, en Corea del Sur existe el “Chuseok” donde se celebra a los ancestros y las cosechas, ya hay algo similar al caso de México pues se limpian las tumbas y se ofrecen altares a los ancestros, pero no siempre a familiares o personas en concreto, y en su mayoría, solo se celebra como otro festival de la cosecha. En Camboya se conmemora el “Pchum Ben”, una tradición religiosa donde se presentan respetos a los familiares difuntos, es más cercana al Día de Muertos por su motivación, pero está más centrada en lo religioso como en el “día de todos los santos”. Algo claro hasta ahora, es que a pesar de que existen festividades y celebraciones muy similares al día de muertos alrededor del globo, esta aún brilla por su singularidad ante las demás. 

En día de muertos se conmemora a los difuntos, tanto de la propia familia y núcleo como a las ánimas desamparadas. La fecha tiene connotaciones místicas y misteriosas, en especial porque admite que se abre, por un lapso de tiempo, una conexión entre nuestro mundo y el de las ánimas. Además, este día conmemora de forma más profunda a quienes no están, adquiere la cualidad de patrimonio por ser una tradición viva, aprehendida por cada generación moderna de un mismo país, retomando costumbres del pasado y uniéndolas con las innovaciones del presente. Más que un día centrado en el respeto en sí mismo o una cosmovisión fatalista de la muerte —donde los muertos ocupen un papel lejano y distante de nuestro presente y nuestro mundo— se vive en esencia una tradición que revive a sus difuntos, se mezcla con ellos, es un espacio donde están, aunque sea de manera simbólica. En ningún país existe una fecha con matices culturales tan ricos y profundos que aborde de esa manera la muerte. Según las creencias de cada quien, el regreso de los difuntos en estos días puede tomarse como un hecho literal o metafórico, pero algo que es innegable para cualquiera es que, al menos de manera simbólica, quienes no están regresan con nosotros, lo hacen en nuestra conciencia, en nuestro tren del pensamiento que día con día tiene una infinidad de ideas y preocupaciones; dentro de ese caos se abre un espacio singular para estas personas que ya no están. 

Dejando de lado la enorme significación espiritual que tienen estas tradiciones, dentro y fuera del país, hay otra utilidad que puede verse que estas fechas tienen con sus respectivas culturas. No es una sorpresa para nadie que el tema de la muerte sigue y seguirá siendo uno de los conceptos que más intrigas e inquietudes han causado en el saber humano. Estas fechas son un ejemplo de ello, pues no apelan a saber algo tan abstracto o complejo como saber que es morir, sino que tienen su función en un hecho más humano, más universal: el duelo.

No existe ser humano que pueda escapar al duelo, nunca es una experiencia grata, pero tampoco un proceso el cual pueda evitarse o del cual esconderse. Existe en tanto haya personas y amor por ellas. Pero ¿por qué el duelo duele? No es un secreto oculto que la palabra duelo provenga del dolor, hace referencia a lo que se siente y ¿por qué duele? Esa ya es una pregunta complicada, muchos autores han escrito teorías diversas para aclarar la situación, la respuesta corta es porque nos separamos. Un autor: Igor Caruso, consideraba que “el dolor de la separación es un dolor narcisista”. A este punto esa idea puede sonar anti-intuitiva, incluso sería de muy mal gusto pronunciarla para alguien que está viviendo una pérdida, sin embargo, a pesar de la premisa, esta idea tiene bastante razón. 

El dolor que nos causa separarnos de alguien querido es una herida narcisista no porque nos duela el orgullo, o que seamos egoístas con las personas que se han ido —aunque en casos muy concretos llegue a ser así—. Es una herida narcisista porque el papel que tenemos en la conciencia de la otra persona, ese lugar, muchas veces privilegiado, desaparece, muere con ellas. Literalmente ya no podemos ser amados por la otra persona. Ese cariño, ese espacio que ocupábamos en su vida y, por consiguiente, los tratos que tenían con nosotros se cortan de golpe. Es una herida narcisista porque al final el dolor solo lo sufre quien no murió. El duelo duele porque la persona se va, pero porque se va con ella todo lo que tenía que ver también con nosotros. Igualmente, el duelo y la muerte siempre son un recordatorio de nuestra propia mortalidad, lo que hacemos con nuestra vida y, ante todo, nos hace hacernos la reflexión más importante que debemos de volver habitual: ¡¿qué hacemos con nuestro tiempo?!

Entendidos los delicados procesos que se llevan debajo del agua en el duelo, puede verse, que precisamente, la mayoría de culturas con tradiciones dirigidas a la memoria de los muertos lo hacen para trabajar con su propio duelo. En una sociedad, la tradición o el rito son una herramienta. Rito o ritual vienen del sanscrito “rita”, que significa orden. Estas tradiciones generan un orden, se constituyen como una herramienta social, una convención que nos permite tener actividades en común con nuestros semejantes. Su caso se puede entender con el dinero: son números abstractos, papel moneda o números en una pantalla que expresan valores que intrínsecamente no poseen. Es una convención, una ilusión que construimos para funcionar en niveles de desarrollo diferente. Algo similar pasa con el tiempo, somos los únicos animales que se esmeran tanto en contabilizar unidades exactas, ya sea en segundos, horas o años, para medir la duración de otros procesos o cosas que inventamos.

Las tradiciones precisamente tienen un papel importante, no solo para organizar las sociedades, sino para mejorar sus procesos. La separación y el duelo, se sufren narcisistamente, pero cuando aparece un acto social —una actividad que una cultura mantiene y reproduce anualmente—, esta soledad que genera ya no ser amado por quien falleció se vive diferente. Hay un clima colectivo de compasión, un compañerismo de la pérdida, de algo tan universalmente humano que no podemos sentirnos indiferentes a los otros. Genera un sentimiento de unidad, de igualdad, de sentirse en comunidad —un sentimiento que las más de las veces en nuestra modernidad parece evaporarse—. Desaparecer de la conciencia y el amor de un ser querido es más llevadero cuando la comunidad ayuda a la persona dolida con más amor, si bien no suplanta al amor perdido, marca una gran diferencia.

El Día de Muertos es más que una tradición o una costumbre, es una herramienta cultural para hacer más llevaderas las pérdidas, es un sentimiento colectivo de nostalgia y melancolía, pero también de alivio, de respeto y reconocimiento para quienes ya no están. Es una herramienta que nos acerca como comunidad. Nos deja ver que no somos solo seres sueltos y amontonados en una colonia, una oficina o cualquier comunidad. Esta es una fecha que nos deja a reflexionar como nos comportamos con los otros, que tanta comunidad vemos en ellos, pero, sobre todo, que sanar no es un camino que se recorra solo.

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