En el norte de la India, el camino hacia el festival hindú Kumbh Mela tiene solo dos direcciones indetenibles: los que van y los que vuelven.
A los millones de peregrinos que desbordan las calles, la fe los empuja hacía la última oportunidad que tendrán hasta dentro de doce años de sumergirse en las aguas sagradas de los ríos de la ciudad de Prayagraj, un baño que creen que podrá limpiar sus pecados.
Entre los últimos peregrinos, una carreta tirada por un hombre en bicicleta carga a una familia de seis, seguramente más acomodada, que se permite este lujo relativo. Más adelante, algún convoy policial abre paso a una comitiva que lleva a alguien a bordo, quizá a una estrella de Bollywood, o un político destacado, el hijo o el amigo.
La velocidad es la misma en coche o a pie. En este festival, la fe, dicen, iguala a todos, aunque no todos caminan hacia ella del mismo modo.
Las calles, laberintos de arena y lona, están repletas a cada hora. La ciudad efímera es un pueblo sin noche, solo marcada por la ausencia del sol. El Kumbh Mela no duerme, hay un murmullo constante, un ir y venir incesante, un megáfono que no calla, un mantra que se repite, y cada cierto tiempo los nombres de los perdidos.
Uno de estos devotos es un sadhu que ha viajado desde Himachal Pradesh, en el territorio indio del Himalaya, para la alineación celestial que, según los organizadores, no ha ocurrido en 144 años, si bien no hay información precisa sobre el fenómeno.
«Este día es un privilegio, tú y yo somos afortunados de estar aquí en este preciso momento», dice a EFE el asceta hindú que ha renunciado a la vida mundana para dedicarse a la búsqueda espiritual.
Entre la tragedia y la fe
Hace casi un mes, en el punto máximo del festival, una estampida marcó con muerte el Kumbh Mela: hubo 30 muertos, según las autoridades, después de que los peregrinos intentaran pasar una barricada para llegar al punto más sagrado del río en el momento más auspicioso.
«Fue allí», relata un habitante señalando un punto difícil de precisar, cubierto por varios miles de personas que intentan hacer el mismo avance que los peregrinos muertos en la tragedia. Para Saurabh, hablar de esto es ya innecesario. «Más de 400 millones de personas han venido a la ciudad. Vinieron y se fueron a lo largo de 45 días, y nada ha pasado», dice.
El punto deseado por los devotos es la conjunción de los sagrados ríos Yamuna, Ganges y el mitológico Saraswati, del que no hay pruebas de su existencia, pero tampoco le hacen falta a los hindúes que creen en él.
«No lo vas a ver porque está por debajo de la tierra», dice un peregrino que señala los cauces y el punto en el que se juntan.
En la confluencia hay un hervidero de almas: peregrinos de rostros curtidos por el polvo de la playa que levanta la caminata de una decena de millones cada día. Aromas a especias, sándalo e incienso se mezclan con el murmullo incesante de mantras y el eco metálico de los megáfonos. El sol, testigo dorado, se eleva sobre este espectáculo milenario, donde devoción y comercio se entrelazan en una danza efímera.
En este laberinto de fe y comercio, el Kumbh Mela despliega su última jornada bajo la alineación astrológica.
El espejismo se acaba
A medida que la alineación celestial disminuye, también lo hace la ciudad que se levantó a orillas del río para honrarla. El éxodo comienza desde los bordes hacia adentro, las tiendas desaparecen, los puestos se vacían, los altares se desmontan.
Una cuenta regresiva silenciosa marca el colapso inevitable de este espejismo sagrado. Cientos de sadhus cubiertos de ceniza, sus largas barbas trenzadas como cuerdas desgastadas por el tiempo, lideran la procesión final hacia el agua.
«No, no, no», advierte Saurabh, la firme triple negación familiar en la India. «El agua no se bebe, señora, mucha contaminación». Ha pasado estas semanas guiando a los visitantes, ganando rupias extra.
De pie al borde del río amarillento, habla de fe y suciedad con igual certeza. Según la Junta Central de Control de la Contaminación (CPCB), los niveles de contaminación fecal en las aguas sagradas superan los límites seguros en más de diez veces.
En los primeros días del festival, algunas áreas registraron 33.000 unidades de coliformes fecales por 100 mililitros, cuando el máximo recomendado es de solo 2.500. «Limpia el alma», comenta Saurabh con una sonrisa cómplice, «pero es terrible para el estómago».
Y con eso, el último peregrino se aleja, y la ciudad efímera se desvanece, hasta que los ríos llamen de nuevo a los devotos.