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miércoles, diciembre 24, 2025

Curaduría Personal 

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Espejos de la realidad

Hace poco volví a escribir a mano. No es que antes no lo hiciera, pero esta vez fue distinto: una necesidad. Como si después de tanto consumo, necesitara trazar una línea que me separara, o me reuniera con algo que había olvidado. De hacer curaduría personal. 

No sé si empezó en Chicago. Caminaba sola por calles donde nadie me conocía, y de pronto alguien me ofrecía una mermelada artesanal, me contaba cómo se descompuso su refri, o me preguntaba de qué parte de México era. Compraba ajos, escuchaba conversaciones ajenas, hablaba por teléfono con mi amiga mientras se me cayeron los huevos de la bolsa del mercado. No estaba pensando en ser productiva. Pero estaba despierta.

En algún punto me encontré con un video titulado Creating a Digital Garden to End My Doomscrolling. Decía que tomar notas no es solo registrar. Es plantar,  construir una red de referencias y asociaciones que te devuelven a ti misma. Un jardín digital como un antídoto contra la linealidad del feed. Contra el olvido inmediato. Contra la sobreestimulación que no deja sedimento. Un archivo emocional de lo que te importó.

A la par, un reel de María Bottle me recordó lo otro: que lo que nos toca no siempre viene de libros subrayados. A veces es un beso de peda que no sabemos cómo nombrar. O una frase suelta que se nos mete. Me quedé pensando en eso: en cómo se entreteje lo vivido y lo pensado. Lo culto y lo vulgar. Lo que parece mínimo y lo que parece elevado. Y me pareció evidente que el criterio ya no puede ser jerárquico. Tiene que ser afectivo.

Desde entonces, estoy intentando hacer algo simple pero difícil: anotar lo que me detiene. No para volverlo contenido. Solo para no olvidarlo, yo conocí a alguien que le decía su “de vez en cuando” a su libreta, se tomaba un tiempo para escribir, que es lo mismo decir tomarse un tiempo para sentir. Porque el olvido no es inocuo: borra también lo que pensamos, lo que sentimos, lo que podríamos haber elaborado si no hubiéramos pasado a lo siguiente.

Lo que me interesa ahora no es llegar a una gran idea, sino poder habitar mis preguntas. Aceptar que no siempre hay una postura clara. Y escribirlo. Quedarse ahí un rato. Escuchar.

Los apuntes, incluso los más torpes, empiezan a decir algo más que lo que decían solos. Una especie de conversación interna con mi yo de hace tres días. Como si en el acto de mirar atrás encontrara una forma de presente extendido.

He notado que las notas más valiosas no son las que nacen del esfuerzo, sino las que aparecen después de caminar, de ir al mercado, de hablar por teléfono sin esperar nada. 

No hay que inventarse una postura definitiva. A veces escribir no es más que una forma de no irnos con todo. De mirar por segunda vez. De no tragar entero lo que el algoritmo nos da. 

Por eso estoy haciendo esto. No para tener razón, ni para enseñar nada. Solo para ejercitar una manera de estar. Para afinar la escucha, para no vivir todo hacia fuera. 

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