RETRATOS HABLADOS
No son pocas las ocasiones en que mirar el ejercicio de la política en un país como el nuestro, nos provoca la sensación de que es algo que ya habíamos visto, padecido y, después que la lucha de miles de personas comprometidas con la verdadera democracia, había alcanzado –si no una transformación absoluta del presidencialismo, sí un avance en que se empezaba a tener la posibilidad de que, por fin, como anotaba don Daniel Cosío Villegas, se transitara por el sendero en el que la tarea vital fuera el arte de gobernar–, estamos de regreso “al arte de conservar el poder”.
La agonía que ha vivido todo personaje histórico de México, al saber que para asumir por política “el arte de gobernar”, necesariamente debe enfocar toda, o casi toda su existencia, a conservar el poder alcanzado luego de tantos años, y darse cuenta que no habrá logrado absolutamente nada, si no asume las mismas actitudes y acciones de quienes logró echar de la tierra de los sueños.
Y aquí mismo viene la advertencia de Cosío Villegas: “el poder sin límites, corrompe sin remedio”, dirigida al sistema priísta, y del que fue un crítico sin cuartel, en esos tiempos que prácticamente nadie se atrevía a tocarlo ni con el pétalo de una rosa.
Tiempo también aquel en que había espacio para una actitud severa hacia un partido totalitario como el tricolor, pero con un ánimo serio, reflexivo, por parte de un pensador de la talla del personaje que hoy nos ocupa, y no de lamentables supuestos analistas, con regularidad anónimos, que pululan en las redes sociales, que nunca fueron benditas y sí formadas por banditas.
¿Qué pensaría don Daniel Cosío Villegas de lo que hoy observamos en el país?
Sin duda alertaría, igual que lo hizo en la era del Revolucionario Institucional, acerca del presidencialismo autoritario que, si bien es cierto vivió su etapa más radical en el sexenio del exjefe de la nación, y ha dado paso a un mandato que intenta alejarse de esa actitud, pareciera confirmar que el único camino es seguir el esquema de “primero conservo el poder, luego paso al arte de gobernar”.
Tal vez afirmaría que el viejo régimen, “los de antes”, que tanto insistía en recordar el exmandatario, no solo no ha desaparecido, sino que simplemente mutó de forma.
Nuestro pensador valoraba profundamente el pensamiento técnico, ilustrado, racional. Rechazaba la improvisación y el voluntarismo político.
Frente a políticas públicas poco fundamentadas, el desmantelamiento de instituciones técnicas como el INAI, el Conacyt, el Coneval o el INE, seguramente afirmaría que México está siendo conducido más por ideología y populismo que por inteligencia y evidencia.
“México ha padecido más por la falta de pensamiento que por la falta de acción” —diría, con palabras propias.
Advertiría, como lo hizo con Luis Echeverría, contra el populismo disfrazado de justicia social, políticas que seducen al pueblo con subsidios y promesas, pero que no modifican las estructuras profundas de desigualdad ni fortalecen el Estado de derecho.
Y algo fundamental: uno de los ejes más firmes del pensamiento de Cosío Villegas era la necesidad de construir instituciones sólidas, capaces de sobrevivir a los individuos.
Vería con alarma la personalización del poder, el desmantelamiento de contrapesos y el ataque a organismos autónomos como una grave amenaza al Estado republicano.
“Las instituciones no son estorbos del poder, sino sus condiciones civilizadas”, escribió un personaje vigente, absolutamente presente, porque fue de los críticos más drásticos del viejo régimen priísta, y sin duda lo sería del nuevo régimen, que si no modifica actitudes, acabará por ser idéntico al que en apariencia se había ido. O bien, confirmaría que en México y el mundo, política, “es el arte de conservar el poder”, y faltaría agregar: a cualquier costo.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta