Un adulto responsable
“Y volví a creer ese cuento de papel
y a alejarme de esas tonterías…”
Absurda Cenicienta – Chenoa
Estábamos en un curso de verano que cursaba con mi primo (ambos teníamos 11 – 12 años) cuando alguien preguntó: “¿Saben quiénes son los Reyes Magos?”, mientras algunos asintieron con un dejo de tristeza y otros con seguridad, hubo un niño que hasta con una historia salió: “Sí, hace poco acompañé a mis papás por la bici de mi hermano”. Otro muchacho volvía del baño y alguien le repitió la pregunta y él, sin vacilar un instante, dijo: “Claro, Melchor, Gaspar y Baltazar”. Ya no hubo tiempo de decir nada más, porque el profesor llegó y comenzó con su clase, pero ojalá ese niño no se haya enterado ese día.
Muchos creen que la ilusión y la fe son cosas de las infancias o de los ultracatólicos (término con el que definieron al presidente de Chile y me pareció precioso) pero es mentira, todos tenemos (o al menos deberíamos tener) esperanza en lo que aún no vemos pero sabemos que va a estar ahí, que llegará, que lo encontraremos tarde o temprano. Todos creemos en aquello que nos traerá alegría a este mundo lleno de días difíciles.
Claro, en los niños eso se ve reflejado con más claridad porque ellos no reprimen ese tipo de sentimientos, esas pequeñas criaturas creen en todo: el Ratón de los Dientes, en el Señor del Costal, en que su papá, que se fue por cigarros, algún día regresará.
Y los adolescentes no se quedan atrás, ellos afirman que aquel chamaco o chamaca nadaqueverient@ es el gran amor de su vida, que no pasa nada si alimentan sus vicios o que ese plan orquestado en una calurosa tarde de verano les va a salir bien (casi siempre terminan vomitados, si bien les va).
Pero por supuesto, si estamos hablando de ilusiones y de creer en aquello que se piensa inalcanzable, no hay mejor ejemplo que los adultos.
Están los que creen que pueden luchar contra el capitalismo desde su Iphone 17, los que hablan del trabajo comunitario pero no pueden ni siquiera tender la cama donde duermen, los que sueñan con ganarse la lotería, pero nunca compran ni un solo boleto.
Los adultos son los que más se ilusionan con cosas intangibles: que su equipo va a quedar campeón (este año es el bueno), que esta vez su actor favorito va a salir en una gran película y no en los pichurrientos trabajos en los que acostumbra, que sus hijos son los mejores del mundo y cerca de ser santos.
Pero cuando has estado en este mundo tan “descuadrado” por el suficiente tiempo, te das cuenta de que las ilusiones y lo que ellas conllevan es mejor dejarlas enterradas o guardadas en un cajón sin llave.
Cada vez son más las personas cascarrabias que han dejado cada una de sus ilusiones atrás, que caminan siempre con los pies en la tierra y que son desconfiados hasta de su propia madre. Han dejado de creer, han dejado de soñar y se vuelven seres sin pasión, civilizados y tan serios que serían unos excelentes vigilantes en los casinos. Los adultos así ya pululan por todos lados y llaman locos a aquellos que se salen del molde.
Y está bien, las personas que acabo de describir existen porque son necesarias, porque alguien debe velar por el futuro de más de una generación, porque los aburridos y codiciosos dominan el mundo. ¿O cuándo han visto a un actuario contando chistes? Para que me lo presenten.
Pero ojalá algún día vuelvan a tener ilusiones o que al menos vivan las de otras personas tienen en su entorno (hijos, esposa, mamá).
Y es que vivir sin ilusión y solo por obligación es algo que no le deseo a nadie en esta vida. Ojalá, que como todo en la vida, podamos encontrar ese punto medio que nos permita vivir aterrizados pero con la fe en que el futuro pintará de un rosa mexicano espectacular.
Nota: Ojalá volvamos a creer en los tres Reyes Magos, aunque eso signifique volver a creer en nosotros mismos. ¡Ojalá!


