PEDAZOS DE VIDA
I
No importa si ella nunca ha fumado, todos la verán así y así la dibujarán, así la describirán y sobre todo así la recordarán: en una esquina, retrancada de la pared o de un poste, con microropa, cruzada de piernas, con un chicle en la boca y con el cigarro en la mano. Fume o no, esa será la imagen que se clavará en el imaginario colectivo de toda una generación.
II
Cuando camino en plena soledad, me hago acompañar a momentos de mi propia muerte, imagino cómo será mi funeral, quiénes asistirán y las cosas que dirán. No importará cuánto mal haya hecho siempre dirán que fui bueno, tampoco importará la edad que tenga siempre dirán: “qué joven era”.
Cuando camino enciendo un cigarrillo y me hago acompañar de una silueta de humo, como si junto a mi llevara a un fantasma que requiere de mi aliento para seguir a mi lado, y entonces comienzo a platicarme; a veces, es trágica la historia; otras en cambio, me divierte.
Cuando fumo lo hago caminando, así el humo no se atora en mis ojos ni me hace llorar, porqué al final de cuentas sé que me estoy matando para dejar atrás a la maldita “soledad”.
III
El cigarro se consume, queda completamente reducido a ceniza sin perder su larga y ovalada forma, la colilla contiene al fuego y lo extingue. A un lado está el hombre que borracho se quedó dormido, el mismo que al encender su cigarro lo acomodó en el olvido, en aquel olvido en el que lo dejó la mujer que sepultó hace unos días. El cigarro es ceniza y el cuerpo de su madre también.