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viernes, marzo 14, 2025

Atender el fondo a través de la forma…

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PIDO LA PALABRA

La violencia en México es un espectro omnipresente que se manifiesta en cada rincón del país, no es un fenómeno aislado, sino un entramado complejo de factores sociales, políticos y económicos que han gestado un entorno donde la inseguridad se ha convertido en la principal preocupación de la ciudadanía. Cada estado de la República Mexicana enfrenta su propia versión de esta crisis, pero todos comparten un denominador común: el miedo creciente de una población que ha normalizado el terror como parte de su cotidianidad.

El paisaje de violencia en el país es tan diverso como sus regiones, en estados como Jalisco, Guanajuato y Michoacán, los enfrentamientos entre grupos criminales han dejado una estela de muerte y desolación, mientras que, en la Ciudad de México, la delincuencia común y los homicidios han generado un clima de zozobra constante y las imágenes que diariamente vemos a través de los medios de comunicación, nos dan la impresión de que los buenos estamos perdiendo la batalla.

La percepción de inseguridad ha alcanzado niveles alarmantes, aunque las estadísticas nos insinúen lo contrario, los ciudadanos tememos salir a la calle, usar el transporte público o simplemente realizar nuestras diarias actividades; la población se siente atrapada en un ciclo de impunidad donde la justicia es una quimera y la protección es solo una promesa vacía.

El fenómeno de la violencia también ha calado en la estructura social, afectando desde el núcleo familiar hasta las relaciones interpersonales. Niños y jóvenes creciendo en un ambiente de hostilidad donde la agresión es una respuesta natural ante la adversidad; jóvenes intentando deshacerse de sus hijos, ya que, en la desesperación de su irresponsabilidad, piensan que tirarlos en una bolsa es la mejor manera de evitar las consecuencias de sus actos. Esto nos indica lo importante de atacar a la violencia desde sus orígenes, desde la familia, pues la guerra o la paz comienza por enseñar a los jóvenes a tender su cama; disciplina y límites es lo que necesitamos.

La política mexicana también se ha teñido de violencia a lo largo de la historia, la confrontación se ha convertido en la estrategia predilecta de muchos actores políticos, quienes, en su afán por el poder, han polarizado a la sociedad, fomentando el odio y la desconfianza. No olvidemos en el pasado proceso electoral los asesinatos de candidatos, el uso del discurso agresivo y la desinformación; la violencia política no solo afecta a los actores involucrados, sino que debilita las instituciones y erosiona la confianza ciudadana en el sistema.

En este contexto, los demonios de la violencia siguen sueltos, las estrategias para combatir la inseguridad han sido insuficientes, ya que mientras en algunos estados intentan implementar estrategias de prevención social, otros recurren a ignorar o minimizar los efectos de la violencia que todos vemos, el cerrar los ojos ante lo evidente, no desaparece el problema, pero sí los convierte en cómplices.

La confrontación, tanto en el ámbito político como social, es un caldo de cultivo para el resentimiento y la radicalización, ya que cuando la ciudadanía se siente abandonada e insegura, hemos visto que es más propensa a recurrir a los linchamientos y la justicia por propia mano, siendo esto último, la peor de las soluciones; no debemos atacar al delito cometiendo otros similares a los que combatimos

Para revertir esta situación, es fundamental un cambio en la estrategia de seguridad, no se trata solo de desplegar más fuerzas policiales o militares, sino de atender las causas estructurales de la violencia, la desigualdad, la falta de oportunidades y, sobre todo, la impunidad, como seguramente sucederá con el caso Teuchitlán, en Jalisco, donde a lo sumo, se politizará el evento y el tiempo lo llevará al olvido en cuanto deje de ser útil a los fines políticos.

Debemos fortalecer el Estado de Derecho con programas de prevención del delito y desarrollo social, ya que mientras no se atiendan sus causas de fondo, la población seguirá viviendo con el temor de que la violencia continúe siendo el telón de fondo de su realidad diaria.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

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