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Hidalgo
sábado, octubre 25, 2025

Ataduras 

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PEDAZOS DE VIDA

Desde niño, aprendió a temer. No a los monstruos debajo de la cama, sino al silencio que venía después de ellos. Cuando su madre apagaba la luz, el mundo se reducía a un parpadeo entre la vida y la nada. Ese miedo lo acompañó, silencioso, fiel, y agazapado mientras crecía.

Con el transcurrir de los años, creyó que los temores se habían quedado atrás. Pero cuando cumplió treinta, entendió que los miedos no desaparecen, únicamente cambian de rostro. Ya no temía a la oscuridad, sino al amanecer; a ese instante en que el sol entra por la ventana para recordarle que ha sobrevivido un día más y que, inevitablemente, se acerca al final irremediable.

En cada cumpleaños, las velas parecían arder más lento. “Un año más de vida”, le decían, y él sonreía. Pero por dentro sabía que era un año menos, un pedazo de sí mismo que quedaba atrás, una capa que se desprendía sin que pudiera evitarlo, un pedazo de corteza que se desvanecía en neblinas de angustia y en polvos de tiempo.

A veces, en las madrugadas, despertaba empapado en sudor, quizás su miedo no era a morir, sino a vivir. Vivir sin haber leído los libros que lo esperaban en la estantería, sin haber aprendido los idiomas de los sueños que nunca tuvo, sin haber caminado las calles que miró desde una pantalla. 

Entonces comprendió que la vida no escapaba, por el contrario trataba de escapar de ella. Los miedos no lo alcanzaban, simplemente maduraban dentro de él, floreciendo cuando menos lo esperaba. Cada día, el mismo ciclo: despertar, respirar, fingir no tener miedo, y continuar… 

Una mañana, mientras el sol entraba nuevamente por su ventana, sonrió. No porque hubiera vencido el miedo, sino porque por primera vez lo entendió. No temía la muerte, temía no haber vivido lo suficiente, supo entonces que había sido inútil todo ese tiempo utilizado en angustia y preocupación, sin embargo, esa misma noche murió a causa de un evento inesperado, como regularmente suele suceder.

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