ESPEJOS DE LA REALIDAD
“Como una pintura
nos iremos borrando,
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de pluma
del quetzal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo”.
Nezahualcóyotl
En náhuatl no existía la palabra “poema”. Los antiguos nahuas decían in xōchitl in cuīcatl: “flor y canto”. No eran dos palabras puestas una junto a la otra. Era un difrasismo, una figura que unía dos términos distintos para producir un sentido nuevo, uno que ninguna de las dos podría expresar sola.
Para los nahuas, la poesía nunca se concibió como un texto en soledad. Se vivía, de verdad se vivía. Era un acto colectivo, público y ceremonial. No buscaba fijar una voz individual sino sostener (esa palabra que utilizo tanto), lo que se escapa. El poeta no firmaba, no se apropiaba del canto. Entendía que su función era ser un eslabón en una cadena de voces.
La investigadora Birgitta Leander rescata en su libro “Flor y Canto” un verso que parece condensar toda esta filosofía: Manel xōchitl, manel cuīcatl “Al menos flores, al menos cantos”. Si nada material perdura, si la muerte es el único destino seguro, que al menos queden flores y cantos para decir: estuvimos aquí… aquí… aquí.
En aquella cosmovisión, se entendía que la flor se marchita, sí y el canto se desvanece , pero ambos cumplen su sentido, cumplen la función para la que fueron creados. Lo natural era lo plural, solo cuando se comparte, se encuentra la razón de ser.
Hoy, la mayoría de nuestras palabras nacen en silencio. Se escriben en pantallas o se guardan en hojas que rara vez viajan más allá de quien las escribe o las lee.
La costumbre de dejar que el cuento, el poema o la historia pasen de boca en boca, esa tradición oral que aún sobrevive en las voces de abuelos, abuelas, tíos y tías, pareciera que se desvanece lentamente.
In xōchitl in cuīcatl no es un conjuro contra el tiempo. Es un recordatorio de que lo breve también puede ser profundo, que lo efímero, cuando se comparte, puede convertirse en memoria. Y que, aunque ninguna flor ni ningún canto puedan salvarnos de borrarnos, su existencia, ofrecida al otro, nos da el sentido de estar vivos.