PIDO LA PALABRA
En esta época de crisis de seguridad, debemos recordar que todos somos responsables de todos, donde la colaboración mutua es el lazo que mantiene la unidad, incluso en los momentos más difíciles, en los días oscuros, cuando al final del camino parece no haber salida. Es precisamente en esos instantes cuando los valores humanos se convierten en la luz que nos guía, mostrándonos que la convivencia -y no la confrontación- es el sendero que nos conduce a horizontes que los mezquinos y ambiciosos jamás podrán imaginar: La solidaridad no solo es el camino, la solidaridad es también la meta.
Los momentos difíciles son los que fortalecen el espíritu, las espinas forjan el carácter, las piedras en el camino son la oportunidad que tenemos los humanos para demostrar que juntos somos capaces de trabajar en comunión, alejando nuestros propios intereses, matando cualquier intento que nos obligue a sacar ventaja de las desgracias ajenas; la solidaridad es un grito moral que nos impulsa a tender la mano a nuestro hermano, a nuestro amigo, a nuestro semejante.
Los mexicanos hemos dado plena muestra de que el espíritu de solidaridad lo tenemos enraizado en nuestros valores, las desgracias nos unen, aunque por desgracia, también la ambición mesiánica de algunos logra que olvidemos que siempre será mejor estrechar la mano que aventar la piedra.
La solidaridad sabemos manifestarla a través de nuestros actos desinteresados; cuando la solidaridad nos invade no pensamos en nosotros mismos, primero está el ayudar a los demás, solo así saciamos nuestra necesidad de convivencia, esa convivencia que comúnmente tratan de corromperla los que solo ven al futuro como la oportunidad para pisotear y abusar de los derechos de demás, nos envenenan, nos emponzoñan, corrompen momentáneamente a nuestro sentimiento de solidaridad, pero éste siempre sale a flote en situaciones difíciles y terminamos por mandar al diablo a los que intentan tergiversar nuestros valores.
La solidaridad la hemos enaltecido en nuestras desgracias humanas; la solidaridad nos sacará adelante; el desastre no nos destruye, nuestra conciencia de ayuda nos fortalece, nos invita a salir de nuestra apatía e indolencia y nos encamina a brindar por esa unidad que muchos tratan de destruir con sus resentimientos y venganzas personales.
Hoy necesitamos estar unidos, hoy debemos dar a luz nuevamente ese acto reflejo, instintivo, de colaboración; los riesgos de la vida y la probabilidad de perderla a cada minuto nos invita a tomar la oportunidad para retomar el camino; hoy estamos, mañana tal vez ya no, y quizá solo seamos recuerdo.
En este momento, la mezquindad a la que nos han llevado los políticos no sirve para nada, no funciona en condiciones de crisis como la que hoy enfrentamos.
Los mexicanos sabemos dar la cara por nuestros hermanos, y lo hacemos sin resentimientos inyectados, mirando de frente, no agazapados en proyectos de nación que no son otra cosa que biblias que pretenden la desarticulación social, venga del Partido que venga; en este momento cualquier lucha de clases va en contra de los principios solidarios; las distintas formas de explotación humana también se opone a la solidaridad; la falta de solidaridad aparece con el desprecio o desinterés hacia otros pueblos o regiones; el verdadero héroe no se esconde detrás de ejércitos de lambiscones.
Nuestra solidaridad como mexicanos y como hidalguenses debe ser desarrollada y promovida en todos sus ámbitos y en cada una de sus escalas; la solidaridad nos debe llevar a mirar tanto por el prójimo más cercano como por el hermano más distante, puesto que todos formamos parte de la misma realidad, de la misma naturaleza.
La solidaridad es un sentimiento natural, no es tarea de virtuosos, de monjes o políticos, es tarea de todos y cada uno de nosotros que formamos parte de esta sociedad, es una necesidad universal que hoy como ayer sabremos demostrar en esta época tan carente de buenas intenciones.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.


