LAGUNA DE VOCES
La vida misma es un viaje que empezamos sin previo aviso, y si lo hubo, acostumbramos olvidarlo, porque, a diferencia de los paseos que habremos de realizar en el país que se llama vida, se acostumbra llegar y partir solos, sin documento alguno que nos especifique el destino, la sala de embarque, y mucho menos la hora en que sucederá.
Es algo a lo que nos acostumbran papá y mamá, a base de recuerdos cuando sus padres, nuestros abuelos, se fueron, siempre de uno en uno, y confirmamos que, efectivamente, es todo un misterio que solo dejará de serlo cuando llegue nuestro turno de llegar a la estación donde todos, absolutamente todos, viajaremos sin acompañante conocido.
Pasamos así la existencia humana con la eterna curiosidad que nadie podrá resolvernos, y con bastante regularidad aceptamos que nunca de los nunca tendremos, cuando menos, un adelanto de lo que pasará al terminar la estancia en un planeta gracioso, curioso y eternamente rabioso con sus moradores.
Seguramente por eso es que todas las terminales de aviones, trenes, autobuses o lo que nos lleve de un lugar a otro, se parecen. Hay una prisa enorme por ir de un lado a otro, por querer documentar lo que es imposible de ser documentado, porque los recuerdos no alcanzarían en ninguna maleta, compartimento de carga o de plano avión o buque.
Y por eso también, al menos a mí, me llama tanto la atención, al ver tantas, pero tantas personas, que celebran ir de paseo, de visita a un pariente que dejaron de ver hace años y años, o simplemente dejar la monotonía y aburrimiento del trabajo.
Sucede que, igual a los que disfrutan a plenitud el descanso, es necesario aprender la lección del filósofo hijo de un personaje de la escena cómica, que confesó como mejor remedio para el dichoso estrés que hoy todos padecen, dejar de pensar, no pensar nada de nada, nada, lo que se dice nada. Y eso solo lo pueden llevar a cabo verdaderos iniciados en el asunto del pensamiento.
Pero decía que las terminales de pasajeros reúnen todas las características que atraen al que no sabe con seguridad, si pertenece a este planeta o como el Cornelio Reta, se cayó de la nave espacial en que andaba.
Como quiera que sea, le sugiero que cuando vaya al aeropuerto a tomar un avión, a la central un autobús, por el tren, piense un rato con singular interés para ver si, de alguna manera, descubre cómo es que llegó por estos rumbos de Dios, donde, con bastante regularidad (ya lo dijo el poeta León Felipe), venimos a nacer en un lugar del que no conocemos nada, con la diferencia de que al irnos, vaya que ya identificamos el lugar que vamos a dejar.
Así que fíjese bien, anote en la memoria que nunca se borra, la del alma, cada detalle del lugar donde vino a parar, de las personas que estuvieron a su lado, del amor único y vital que le dio sentido a todo, y ya luego cierre los ojos para siempre.
Algo se quedará para no andar todo perdido al momento de regresar, en este raro juego que consiste en que no haya continuación, secuela, como quiera usted llamarle.
Mil gracias, hasta mañana
@JavierEPeralta