ESPEJOS DE LA REALIDAD
Dicta la tercera Ley de Newton que por cada acción corresponde una reacción igual y opuesta. Este principio, planteado en la mecánica clásica, nos lo enseñan en las clases de secundaria.
Según las creencias indias, el karma funciona de forma parecida. Cada persona tiene la libertad de hacer el bien o el mal, pero sus actos se acumulan. Tarde o temprano, dice la doctrina, el universo pasa la factura. Una especie de Ley de Newton energética y cósmica.
Pero la realidad —al menos en este plano— no funciona así. No todo el mundo recibe su merecido. Basta mirar alrededor: personas encarceladas por motivos injustos, narcisistas en puestos de poder, jefes que, con cinismo, planifican cómo exprimir a quienes les han entregado años. No, no siempre hay equilibrio. No hay pared que devuelva el golpe.
Hace rato, en el café donde escribo esto, entró un hombre. Llevaba una cobija envuelta en una bolsa de tela verde fosforescente. Ofrecía trabajo: pintar, cargar cosas, lo que fuera. Dijo que la noche anterior durmió empapado, que la lluvia lo había sorprendido sin refugio. Se despidió de cada mesa con una bendición, agradeciendo los cinco, diez o, si había suerte, los veinte pesos que le daban. “Para la torta, aunque sea”, dijo. Pero todos sabemos que ni eso alcanza ya. Ni trabajar. Ni ser buena persona. Ni nada.A veces, en medio del despojo, aparece alguien que extiende la mano. No viene a salvarte, no puede resolver nada, pero se sienta frente a ti y te escucha. Te ve. Y sin decirlo, te dice: no puedo caminar en tus zapatos, pero puedo caminar contigo un tramo.
Ese gesto mínimo, no siempre se da. La reciprocidad no está garantizada. Hay quien cuida y no es cuidado. Quien da sin recibir. Quien ama sin que lo amen de vuelta. Vivir así no es una virtud, pareciera ser una elección radical, difícil, muchas veces solitaria: amar sin la promesa de que ese amor regrese.
Y que quede claro: no hablo de quedarse donde una es herida. No defiendo el abuso ni la renuncia de sí. Pero sí creo en optar por una forma distinta de estar en el mundo.
Porque si ya no hay karma, si la física no aplica a lo humano, que al menos no nos arrebaten la forma en que elegimos actuar. Y más importante aún: la forma en que elegimos amar.