RETRATOS HABLADOS
El hecho fundamental es que tenemos pocas fechas en la vida que dibujen en la memoria, con una exactitud que se incrementa año con año, y que siempre estuvieron ahí, para decirnos cuando llegara el tiempo de la calma, que papá era el 25 de agosto y la fiesta del pueblo, la única que celebraba hasta con una semana de anticipación, porque avisaba a todos sus compañeros del aeropuerto, que no asistiría el 25, porque desde la tarde del 24, tomaría el autobús que lo dejaría en el crucero de San Miguel, y regresaría hasta el 27.
Porque nunca dejó de levantarse en punto de las 03:30 de la mañana, para ir al desde entonces Aeropuerto Internacional “Benito Juárez” de la Ciudad de México, a lo largo de casi 40 años, y caminar por todos lados para ganar el sustento cotidiano como maletero, en esos tiempos que no existían los velices con rueditas, y por lo tanto su trabajo era bien valorado y pagado.
En Nochebuena y Año Nuevo, aun cuando se hubiera dormido pasada la una de la mañana, estaba listo a la hora de costumbre para salir a cumplir con su labor, porque siempre consideró el cumplimiento de su responsabilidad como una guía de vida.
Pero el 25 de agosto era aparte. Muy aparte.
Amanecía convertido en el muchacho que había sido en San Miguel, cuando barbechaba el campo y cosechaba lo que plantaba, en una tierra de laguna fría, casi en las faldas del Pico de Orizaba. Amaba su pueblo porque ahí fue feliz, con sus hermanos y hermanas, con su mujer, mi madre, a la que quiso y extrañó luego de su muerte.
Hace ya algunos años, cuando supo que había llegado la hora de partir, me dijo, “vino a verme tu mamá”. Supimos en ese momento que, igual a las historias del pueblo, donde nunca se distingue ese límite entre difuntos y vivos, es posible ser testigo de esos acontecimientos mágicos en que deciden acompañar a quien emprenderá ese camino nuevo y desconocido.
Nos llevó a mi hermano Martín y a mí varias veces con él, en calidad de pistoleros decían sus compadres al vernos todos penosos y a la espera de que nos diera dinero para ir a la feria, lo que siempre sucedía en tanto se quedaba a tomar cerveza Victoria con sus amigos.
Amaba la fiesta de su pueblo, porque era única, plena de las pláticas con su padre Ezequiel y su abuelo, con todo y que llevaban años y años de muertos.
En algo fue también nuestra fiesta, porque estrenábamos camisa, siempre blanca, aunque poco durara de ese color, a veces un pantalón y hasta zapatos. Nunca faltaba el suéter y la seguridad de que papá era feliz, parte de una comunidad que se llenaba de luz esa noche, con un cielo atiborrado de estrellas, del universo más hermoso que jamás haya visto, y donde habitaban los recuerdos de mi padre.
Así que hoy estará en el pueblo seguramente, con sus hermanas Lupe y Fortunata, con su hermano Ezequiel de igual nombre que abuelo. Con mamá Aurora; con todo eso que nos hace, al final del tiempo y la vida, seres humanos felices de haber tenido esta oportunidad, única, de andar por esta tierra, a lo mejor sin entender nunca el por qué o para qué, pero ciertos, absolutamente ciertos, de que a todos nos llega un 25 de agosto que nos llenará de esperanza el alma, el corazón y la mirada.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx