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Hidalgo
viernes, diciembre 12, 2025

12 de diciembre: asuntos del alma

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RETRATOS HABLADOS

Buena parte de nuestra existencia la vivimos con una necesidad imperiosa, fundamental, de tener fe en que la muerte no sea el fin absoluto, el apagón de la luz que nos iluminaba el camino. Nos da miedo, con todo y que se ha popularizado esa versión tan trillada y manoseada de que nos reímos de ella, de la muerte. No es cierto, le tenemos terror, pero también un respeto absoluto, y en cada paso que damos, imaginamos que muy probablemente sea el último para coronar nuestra existencia, o para huir de la misma.

Dicen los textos bíblicos, que la fe es otorgada, y que aun cuando le pusiéramos muchas ganas en el rezo de “tengo fe”, ésta nomás no llega a pedido hecho. Sucede que le llega a quienes la merecen, y generen la confianza de que no la mal usarán. Porque la fe, aunque sea poquita, puede mover montañas según sentencia Jesucristo a sus discípulos.

A finales de un año siempre surge la pregunta de lo que uno andará haciendo esta misma fecha, pero del 2026 en este caso, si hacemos algo, o simplemente ya nos quedamos con la mirada perdida en un viaje que, ahí llega la angustia, no sabemos a ciencia cierta a dónde jijos nos llevará.

Y es ahí cuando llegan los asuntos de la fe, que a ciencia cierta nunca nos preocuparon mucho que digamos hasta antes de rebasar lo 40 años, porque si nomás no ha llegado este ingrediente, la fe, la preocupación rayará en la locura; y es que, de que tenemos comprado un boleto de partida, lo tenemos, pero de que haya un destino claro, pues no.

Bueno sería que con “echarle ganas”, como le dicen a los moribundos por un cáncer terminal, pudiéramos, de repente, ser presas de la fe absoluta. Pues no, no es así, porque ya me imagino a los que se hacen locos cuando se suben a un ladrillo, que de repente pudieran mover el Popocatépetl por pura y simple diversión.

Así que la fe exige responsabilidad, pero sobre todo templanza. Vaya pues, no es para los que se enamoran del poder, luego quieren publicar un libro titulado “Divinidad”, y obligan a sus achichincles a que le compren toda la edición y exijan la segunda y hasta la tercera.

Lo bueno es que por mucha fe que haya, la resurrección solo quedó disponible para una sola persona, que, si no, ya tendríamos a una horda de orates que fueron poderosos, con la intención de querer mandar, mandar y mandar hasta a la eternidad.

Pero la muerte, al menos hasta donde uno sabe, nos pone a todos en nuestro lugar, y si no poseemos la fe del tamaño de un grano de mostaza, pues la vamos a padecer, aves sin rumbo, tren sin pasajeros, reloj sin manecillas, Biblia sin Jesús como dice la canción.

En los asuntos de la fe no es cuestión de pedir, sino de merecer. Tampoco de cuestión religiosa, con todo y que parece va implícita. Pero no. Como que uno debe caminar más lento llegado a cierta edad, pensar bien las cosas, y empezar a convencerse de que la verdad, sin fe en que podemos salvarnos de la nada, acabaremos precisamente en ese lugar.

Hoy, por ejemplo, son millones los mexicanos, que son poseedores de una fe cierta en la Virgen de Guadalupe, en la Morenita del Tepeyac. Y viera usted que uno, cuánto daría por merecer cuando menos un poquito de esa fe que tapiza las carreteras de día y noche, que camina con la absoluta certeza de quienes corren, van en bici, caminan, de rodillas, porque hicieron un compromiso que cumplen, porque les cumplieron.

No asunto menor, porque uno de los pocos puntos de unión entre los habitantes de un país como el nuestro es la celebración que hoy se tiene, y que no tiene necesidad de acarrear a nadie, mucho menos de poner a unos contra otros para que se odien y gane el que lo propicia. Es un asunto diferente que va más allá de lo que se puede ver, porque como dijo El Principito, hay cosas que solo pueden ser vistas con los ojos del alma.

Eso creo. 

Mil gracias, hasta el próximo lunes.

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