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jueves, mayo 8, 2025

Y la poesía, ¿para qué?

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ESPEJOS DE LA REALIDAD

No recuerdo cuántos años tenía cuando mi papá me dijo que la poesía era la forma más alta de la literatura. No sé si fue en la mesa, en el coche o en uno de esos momentos en que la conversación parece llegar por accidente. La frase se me quedó grabada. No supe entonces qué quería decir, pero entendí que debía tomarla en serio.

Con el tiempo, empecé a entender lo que quiso decir, y es que la poesía es el único lenguaje que no se construye desde la utilidad. Que no sirve para vender nada, para resolver nada, para instruir a nadie. Y precisamente por eso importa tanto.

Hoy vivimos obsesionados con la eficacia. Con que todo tenga un resultado. Publicar más, decirlo rápido, obtener atención. Un texto que no produce un efecto inmediato parece fallido. Pero la poesía no funciona así. No interrumpe, no resuelve, no seduce. Solo está ahí. Y eso la vuelve incómoda.

La poesía no da respuestas ni enseña a vivir. Pero permite que uno se detenga, que piense distinto. No busca nombrar el mundo para explicarlo, sino para aguantarlo. No ofrece herramientas; ofrece una forma de conciencia. Una que no se puede medir en reacciones ni en métricas.

En los momentos difíciles, cuando todo lo demás se rompe —cuando muere alguien, cuando se termina algo importante, cuando no entendemos qué sentimos, cuando uno se enamora, cuando el dolor del mundo es demasiado—, los textos prácticos no alcanzan. Las oraciones normales ya no sirven. Es ahí donde aparece el poema, como una forma de sostener el desorden.

Lo que hace valiosa a la poesía no es que embellezca el mundo, sino que lo enfrenta sin disfrazarlo. Y eso es algo que pocas formas de escritura permiten. El lenguaje cotidiano ha sido vaciado de sentido: se repiten las mismas fórmulas, los mismos clichés, las mismas frases automatizadas. La poesía exige lo contrario: precisión, atención, riesgo.

No es una escritura cómoda. Ni para quien la hace ni para quien la lee. No busca complacer. No se explica a sí misma. No se deja adaptar a la velocidad de la pantalla. Por eso hoy parece innecesaria. Porque incomoda. Obliga a bajar el ritmo, a quedarse un momento más. A no entender todo de inmediato.

En una época de exceso de palabras, la poesía es la única que se toma en serio el silencio.

¿Para qué sirve la poesía? Para nada. Y eso es precisamente lo que la hace indispensable. Porque no todo en la vida debe ser rentable, productivo, entendible. La poesía no resuelve las cosas, pero sí las nombra. Y nombrarlas es una forma de vivir con ellas.

Yo no escribo poesía, a lo mejor en algún punto lo intente, ya lo veremos. Pero la leo como quien necesita aprender a estar en el mundo sin necesidad de entenderlo todo. Y cada tanto me acuerdo de lo que dijo mi papá. Que la poesía es la forma más alta de la literatura. Porque se niega a servir, a simplificarse, a volverse mercancía.

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