UN ADULTO RESPONSABLE
“Si los niños dominaran el mundo y en lugar de guerras,
ordenaran jugar… Los hombres tendrían sonrisas sinceras…”
Canción de Chabelo
Me quejo bastante de mi vida como adulto, a veces hasta innecesariamente, aunque no podría decir lo mismo de mi niñez porque para mí fue fantástica, la mejor etapa de mi vida y se puede decir que la base de todo lo que soy ahora mismo, lo digo por las cosas importantes que aprendí durante mis primeros años de vida: que los gatos no pueden hablar (aunque así lo digan las caricaturas); que Cars es la mejor película del mundo; que los Católicos debemos siempre profundizar en nuestra fe (para cuando, por fin, no podamos escapar de la plática con los testigos de Jehová); que el Boing de mango es el mejor, entre otras muchas cosas.
Mucha gente dice que nuestra niñez se acaba cuando perdemos nuestra inocencia, cuando perdemos la esperanza, cuando se nos acaba la fe, pero es mentira… La infancia rara vez se nos termina, solo se desgasta.
Como adultos, de pronto la recordamos: en el baile espontáneo en la calle; en algún artículo que compramos (generalmente un juguete); en el chiste malo que parece que nos salió de la nada; en los miles de recuerdos de momentos preciosos que vivimos con gente que ya no está y en los sueños.
Extraño ser niño, principalmente por la comida, esa que probé las primeras veces: los taquitos dorados y las gorditas de las monjitas de la primaria; la tinga de cualquier lado, el agua de guayaba de mi tía y la barbacoa directamente de Actopan.
Extraño ser niño, y pienso en aquel gol que anoté con una pelota de plástico en el receso ante niños mayores o aquel disparo que atajé cuando al final me decanté por la portería (la verdad era muy malo en las otras posiciones).
Extraño ser niño y ver las películas completas una y otra vez, en ese mundo de sueños en los que los vehículos, los animales, los objetos y uno que otro ser antropomórfico hablaba y vivía cotidianamente.
Extraño ser niño y jugar todo el tiempo: con los balones, con los peluches, con las cosas de la casa, con los zapatos de mi papá, con cualquier cosa que no fueran mis juguetes, porque para eso no se usaban.
Extraño ser niño y creerme todas las historias: que si el Coco, que si el Ratón Pérez, que si las creepypastas, que si “Las Leyendas Hidalguenses y otros cuentos” con don Félix Castillo en el 98.1.
Extraño ser niño y leer un libro por semana, a veces hasta uno por día, hoy no tengo ese nivel de concentración y aunque leo mucho, no son libros en concreto.
Extraño ser niño y tener a los futbolistas y a los luchadores como ídolos, esos grandes personajes que nunca se equivocaban, que para nada fallaban y eran los mejores deportistas del mundo. Pienso en todo el tiempo que le dediqué a ver las repeticiones y los documentales sobre esos personajes.
Extraño ser niño y vivir de grandes contradicciones: ¿Por qué me gustaba tanto la catsup, pero nunca el jitomate, la tinga pero no la cebolla? ¿Por qué no me gustaba bañarme pero sí salir bien “galán” en las fotos? ¿Por qué si nunca le entendía a los juegos, siempre estaba dispuesto a jugar?
Suele decirse que la vida adulta es pesada y bastante difícil, pero la niñez también lo es: no se te toma en cuenta, no se te respeta, y muchas veces, ni siquiera se te comprende en los sentimientos más básicos.
Afortunadamente, por como lo veo yo, desde una generación anterior a la mía, hemos visto un cambio significativo para evitar el adultocentrismo: se escucha a la chamacada; se pelea por sus derechos y se les toma en cuenta hasta en la política (en la consulta infantil del INE, por ejemplo). Y aunque queda mucho trabajo, un camino se ha comenzado a marcar.
Ojalá siempre recordemos lo que fuimos de niños: los sueños, los juegos, los bonitos sentimientos y la “terrible” honestidad.
Nota: ¡Feliz día de la niñez! ¡A brindar con Pau Pau o Jarrito de uva!