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sábado, octubre 11, 2025

Un domingo cualquiera

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RELATOS DE VIDA

Era domingo en el pueblo, día de tianguis, de surtir la despensa, de hacer las compras de fruta, verduras, carne y también de comprar alguna plantita o darse un pequeño gustito, como un helado o una prenda de vestir.

Pero también era un día para agradecer por todo lo recibido en la semana, principalmente los días vividos, y aprovechar para pedir seguir disfrutando de la vida, o bien, consuelo o apoyo divino.

La parroquia del pueblo siempre es muy recurrida en las misas, y para no dejar a nadie sin recibir la palabra del “Señor” y la bendición, habilitaron bocinas al exterior y dejaron sillas de plástico para que los feligreses pudieran escuchar la homilía cómodamente desde el exterior.

Ese día, Doña Rebeca acudió con su hija Berenice a dar gracias, optaron por quedarse afuera para disfrutar no solo de la palabra, sino también del paisaje y el aire fresco, pero no fue como lo pensaron.

Simultáneamente, al inicio de la misa, se desarrollaba la presentación de una cantante local en el kiosco del centro, ubicado a unos cuantos pasos de la iglesia, y el volumen excesivo del espectáculo impedía escuchar la homilía, pese a las bocinas expuestas en el recinto sagrado.

Doña Rebeca, Berenice y otros feligreses, intentaban escuchar las palabras del sacerdote, mientras volteaban hacia el kiosco en espera de que alguien se diera cuenta que estaban interrumpiendo la homilía.

Al ver que su expectativa no era cumplida, comenzó a caminar hacia el problema, estaba dispuesta a decirles a la cantante o a los organizadores, que su “eventucho” era una falta de respeto, que le bajaran a la intensidad del sonido o que lo suspendieran hasta que acabara la misa.

Algunos feligreses la observaban y se preguntaban si debían acompañarla, al final, era para un bien de todos, pero ninguno emprendió el andar para respaldar a la señora que se encontraba bastante molesta.

Una vez en el kiosko, se dirigió a la persona que controlaba el sonido y le expuso amablemente las propuestas que llevaba en mente, pero el mismo volúmen impedía que el susodicho le entendiera.

Repitió la petición varias veces, pero el joven seguía sin escuchar y sin bajar el volúmen para hacerlo, lo que hizo que Doña Rebeca se molestara más e hiciera justicia con sus propias manos, pues encontró el interruptor de la electricidad y lo desconectó.

Ya con un silencio abrupto, le repitió al operador de sonido las propuestas que le estaba haciendo para terminar diciendo “pero como tu pinche ruido no te dejaba escuchar, tuve que desconectar tus aparatejos”.

Y además le advirtió “más te vale que conectes todo cuando termine la misa, porque si vuelves faltar el respeto a Dios nuestro Señor, me traeré a todos los feligreses y te romperemos tus cosas”.

Ahora sí, contenta con haber logrado su misión, caminó con paso firme nuevamente hacia la parroquia, se persignó nuevamente y tomó asiento para disfrutar de la ceremonia litúrgica.

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