FAMILIA POLÍTICA
Los tiempos actuales son de internet: páginas web, redes sociales, computadoras, teléfonos celulares, tabletas… los periódicos impresos y en mayor medida los libros, son instrumentos en desuso; hasta un connotado hñähñu, como Roberto Piedraza, dice que lee todos los libros del mundo por medio de su sofisticada “tablet” y como se precia de ser un sujeto muy bien informado, lee (según él) todos los periódicos nacionales y extranjeros por los medios electrónicos más sofisticados. El olor a tinta y la sensación del papel periódico en las manos le producen náuseas y le salen ronchas.
Influido por lo anterior y con un grave complejo de anacronismo, mis añoradas lecturas literarias estaban cayendo en el olvido, lo cual no podría ocurrir por mucho tiempo. La genial filósofa argentina Mafalda (Quino), dejó para la posteridad una frase que retomo para esta ocasión: “Lo urgente no debe terminar con lo trascendente”.
En este contexto, llamó mi atención una pequeña nota periodística que se refería a una novela póstuma del siempre grande Don Gabriel García Márquez, más o menos en el siguiente sentido: el gran Gabo sentía que sus facultades iban mermando; sus recuerdos cada día estaban más borrosos y atentaban contra su grandeza de Premio Nobel; bajo estas condiciones escribió, revisó y aprobó en primera instancia, la publicación de una novelita que resultaría la última. Seguramente su exigencia genial lo hizo repetirse una y otra vez una serie de juicios críticos en relación con su reciente creación; tomó la decisión de guardar el manuscrito con la instrucción para sus hijos de que, transcurrido un tiempo prudente, rescataran el proyecto para enviarlo al sacrificio de la hoguera, porque no satisfacía la altura de miras de su autor. Afortunadamente, sus hijos lo desobedecieron y publicaron la novela en cuestión, la cual, sin llegar a la excelsitud de Cien Años de Soledad, tampoco en lo que a mí me parece y perdón por la irreverencia, lo menos grato de la producción de Gabo García. Ejemplifico: Doce Cuentos Peregrinos y Memorias de mis Putas Tristes, libros que, repito el sacrilegio, no me gustaron.
Confieso que más por morbo que por gusto literario, acepté el obsequio de mi amigo Jaime Galindo y me puse a leer la resucitada y póstuma obra En Agosto Nos Vemos, la cual terminé de leer en tres sentadas. Experimenté la grata sensación de reencontrarme con un Señor de la literatura iberoamericana y del mundo. Otra vez el realismo mágico en mis manos, que no pueden dejar de disfrutar el roce casi sensual de un libro nuevo. La novela, repito, es excelente, aunque la genialidad se terminó en Cien Años de Soledad.
En esa circunstancia me encontraba, cuando mi hija Rocío me hizo llegar la más reciente publicación novelística de Francisco Martín Moreno, Dime que no es cierto. No cabe duda que “El estilo es el hombre”, como reza la frase atribuida al Conde de Buffon. El autor del erotismo histórico contenido en otros libros de su autoría, como Arrebatos Carnales y diferentes temas (algunos magistralmente tratados), a pesar de su innegable calidad literaria, no resiste la comparación, así sea subconsciente, con el Maestro García Márquez.
Dime que no es cierto maneja una serie de intrigas entre miembros de la más alta sociedad mexicana (tan alta, que dudo de su existencia en la vida real) en la que abundan relaciones de lesbianismo, altas traiciones, elitistas recorridos por los restaurantes más exclusivos de México, París, Nueva York y otras ciudades. También es un viaje gastronómico por esos mismos lugares, con las descripciones de los más sofisticados platillos y soberbios maridajes con exóticos vinos nacionales y extranjeros. Ese es el marco para resaltar la vida y relaciones del multimillonario protagonista, con su difunta esposa y sus hijos, ambos con brillantes carreras forjadas y envueltas en los mágicos colores de las universidades y galerías de arte en el extranjero. La tragedia ocupa un breve pero impactante espacio en la compleja trama de las relaciones familiares, con extensión a las amantes y los placeres que se pueden comprar cuando se tienen recursos económicos suficientes para todo, menos para llenar una vida vacía. Me precio de conocer con amplitud la obra de Martín Moreno y confieso que su última novela me dejó un sabor de boca que dista mucho de ser grato.
Otro gigante de las letras de nuestro continente, es el peruano Mario Vargas Llosa, también Premio Nobel de Literatura. Recientemente publicó en Alfaguara su novela Le dedico mi silencio. Considero que Don Mario es mejor escritor que político. Aunque su imagen es la de un hombre que se desenvuelve en altas esferas de la diplomacia, el arte y la cultura internacionales… lo suyo, lo suyo (a mí me parece) son los temas domésticos de su amado Perú.
Con el sugerente título Le dedico mi silencio, con portada de Fernando Botero, Vargas Llosa toma como protagonista a Toño Azpilcueta, a quien hace decir: “La historia de Lalo Molfino era tan compleja y misteriosa, que quizás tendría que mezclar esos retazos de vida con huesos de algún animal andino”. Toño pasa sus días en el trabajo, su familia y su gran pasión: la música criolla. Una invitación para escuchar a un guitarrista desconocido, le cambia la vida. Ese personaje enigmático y de gran talento, confirma sus intuiciones, su amor por los valses, marineras, polkas y guanos peruanos, tiene una razón más allá del placer de escucharlos.
Continúa diciendo el autor: “En un Perú fracturado y asolado por la violencia de Sendero Luminoso, tal vez la música criolla no solo sea una seña de identidad de todo un pueblo y expresión de la huachafería (la mayor contribución del Perú a la cultura universal, según piensa), si no un elemento capaz de provocar una revolución social, derribar prejuicios para unir al país entero en un abrazo fraterno y mestizo. Es posible que el virtuosismo de Lalo Molfino tenga que ver en eso, así que Toño decide viajar a su lugar de origen, saber de su historia, de su familia y amores; de cómo se convirtió en guitarrista y se propone también escribir un libro en el que tratará esa idea que ha inoculado en su mente, el descubrimiento de ese músico extraordinario. En fin, Lalo Molfino, el genial guitarrista a quien escucha una sola vez y lo conmueve hasta las lágrimas y nunca más vuelve a saber de él, la música criolla y la escritura de un libro que encierra estos tres aspectos, se convierte en leitmotiv de la novela. Le dedico mi silencio, es un silencio después de un largo recorrido por los enigmas del Perú urbano y paupérrimo, el cual es, sin embargo, inspiración y cuna de artistas: poetas, pintores, cantantes, músicos, en fin, toda una pléyade de valores que surgen en plena miseria donde conviven la huachafería, las brujas y la subcultura de los barrios pobres”.
Así retomo mi oficio de apasionado lector de novelas; espero despertar algún inquieto bicho subyacente en las profundidades de la consciencia de mis escasos lectores.