LAGUNA DE VOCES
Los Domingos de Resurrección son únicos y, sobre todo, un momento fundamental en la culminación de la Semana Santa en Huejutla de Reyes. Porque no hay realidad más clara, abierta y sin dudas respecto al milagro del agua bendecida un día antes, en ollas de barro de Chililico, y velas de una por mes, que la que se practica a la vista de todos en la promulgación de que la fe ha sido otorgada a manos llenas en los indígenas, que llegan a la Catedral moldeada dentro del cerro, un día cada año, de cada siglo, y de cada vida.
Porque más allá de la Resurrección de Dios mismo, es la de miles y miles de huastecos, los originarios que, contra todo pronóstico, siempre llegan puntuales a la hora en que el obispo bendice sus ollas adornadas con flores, que llevarán hasta sus comunidades y los librará de males del espíritu, pero fundamentalmente del cuerpo, casi siempre producto del hambre y las carencias.
Hace mucho que no regreso en estos días a la Huasteca, no solo Huejutla, Atlapexco y Yahualica también, con el mismo lenguaje mágico para invocar a Dios, pero con más fe que es raquítica en los de la ciudad grande. A los pobres les llega a manos llenas ese don, y por eso, solo por eso es posible explicar tanta resistencia a tantos males, a tantas injusticias, a tantas y tantas condiciones que nunca cambian.
Por eso ellos, ellas, todos, resucitan al amanecer del lunes, luego que se abre la Gloria, como dicen, y desfilan con estandartes en medio de la Catedral, y lucen sus mejores galas, porque ellos sí que saben de la etiqueta cuando se trata de hablar con Dios. Ellos llevan más en sus manos la confianza para dirigirse a los ángeles y arcángeles.
Dios mismo los conoce, y a la manera del Macario de Traven, les regala el agua bendita, absolutamente bendita, capaz de curar todo, de asegurarles un año de salud, de tranquilidad. Porque sí les sirve, a lo mejor a otros no, pero a ellos sí. Asunto de que un día nos sea otorgado ese don, el de la fe, que, entre esa, la población más sabia del estado de Hidalgo, abunda, es constante y los ayuda a caminar por más tiempo.
La noche, al pasar de sábado a domingo, al regresar de entre los muertos Jesucristo, por tradición se llevaba a cabo la bendición del agua y del fuego, como se ha dicho siempre, y es el momento que cuando se es testigo del mismo, puede que la vida cambie al que mira, al que observa por vez primera, y se maravilla de que en estos tiempos tan absurdos y plagados de muerte, cientos de comunidades huastecas, alcancen la protección de Dios en un rito único y real, porque tiene resultados que todos conocen y han visto cuando menos una vez en su vida.
Hay que regresar a esos lugares donde lo mágico es asunto de cada Semana Santa, y es Dios mismo el que bendice a los huastecos.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta