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¡Nos salvaste, Alberto! Por ahora

Luis Ángel Martínez
9 Min de Lectura

LUZ DEL PENSAMIENTO

La tormenta ‘Alberto’ está terminando y estamos a días de que llegue ‘Beryl’. Cuando se habla de cambio climático, muchas veces este tipo de datos se ven como algo a futuro o, mejor dicho, como algo lejano, pero las consecuencias climáticas ya están aquí. En México ya es visible: la falta de agua, cada año las temporadas de calor son más extremas y con temperaturas elevadas a lo largo del día, las temporadas de lluvia en varias partes del país son casi inexistentes, las sequías arrasan los cultivos y la agricultura solo es viable en invernadero, la lluvia se vuelve ácida; e incluso los huracanes y ciclones, que antes eran desastres naturales poco comunes en México, con el calentamiento de los océanos pasan a volverse anuales entre verano y otoño, convirtiéndose en la única forma en que se llenan las presas, lagos y mantos acuíferos del país. ¿Pero cómo llegamos hasta aquí?

En el año 1972, en Estocolmo, se dio la primera conferencia de la ONU para tocar el tema del cambio climático. En ese tiempo la única preocupación era la contaminación del aire y del agua por la industria. En los años ochenta se hicieron diversos estudios que encontraron que las emisiones de gases de efecto invernadero estaban provocando “calentamiento global” y por ello se crearon programas internacionales para investigar sus consecuencias y evitarlo.

En los años 2000 se midió que el calentamiento global estaba aumentando por influencia humana y se entró en otra etapa: “cambio climático”, es decir, ya no se trataba de una simple subida de temperatura, sino que en el futuro nos encontraríamos con que ecosistemas, provincias e incluso países podrían sufrir cambios significativos en su clima natural. Desde 2010 en adelante ha crecido la concientización, con programas ambientales en diversos gobiernos para la reducción de gases de efecto invernadero y programas legales para la protección y defensa del medio ambiente.

También se han creado nuevas alternativas para mejorar el medio ambiente; hay planes internacionales y energías renovables para reducir el uso de energías fósiles e incluso países como Dinamarca y Alemania han iniciado una transición total a energías limpias.

Sin embargo, la producción de emisiones de CO2 no ha bajado demasiado con las nuevas prácticas, sobre todo porque en países en vías de desarrollo aún hay dependencia de los combustibles fósiles. Otra alternativa para reducir el CO2 en el aire ha sido la tecnología: máquinas y dispositivos que absorban los contaminantes en el aire y los conviertan en oxígeno o agua; o diseñar adaptaciones en las casas o calles para sobrellevar las crisis climáticas. Aquí hay un tema importante y es la capacidad económica y tecnológica de cada país, por lo que no es un reto sencillo solo usar tecnologías ecológicas. Con el paso del tiempo podrían diseñarse mejores prototipos, aunque eso no nos libraría del problema económico, por lo que solo pocas personas podrían adaptarse a este tipo de cambios, mientras muchos otros sufrirían las consecuencias.

Esta es una crisis climática dado que nos encontramos en una fase aún más avanzada: hay un aumento de desastres naturales como tormentas, huracanes, sequías, etc. Pero entonces, ¿qué mantiene la crisis climática? La respuesta sencilla es la contaminación, y ¿qué hay detrás de la contaminación? Este problema escapa de México; diversos países mantienen cierta negligencia política hacia los planes y necesidades ecológicas en el mundo. Además, el sector privado genera emisiones enormes. Según el informe del Proyecto de Divulgación del Carbono (CDP): “100 empresas han sido responsables de aproximadamente el 71 por ciento de las emisiones industriales de gases de efecto invernadero desde 1988”.

Hace unos cuantos años, en el surgimiento pleno de la pandemia, el filósofo y psicoanalista Slavoj Zizek escribió un controvertido libro llamado “Pan(dem)ic” haciendo un juego de palabras entre “pandemia” y “pánico”, en referencia al sentimiento general a inicios del 2020. En ese texto profundizó en muchos temas sociales, psicológicos y económicos que estaban apareciendo en el mundo en ese año. Su análisis sobre la sociedad partió de un concepto bastante conocido que viene de la psiquiatría: “las 5 fases de la pérdida” de Elizabeth Kübler-Ross. Estas son negación, cólera, negociación, depresión y aceptación. Pero el autor nos recuerda que no tienen un orden de aparición fijo, ni que tienen que aparecer todas en una persona o una sociedad.

En el caso de la pandemia, Zizek menciona que se vivió una negación cuando se intentó aminorar la noticia los primeros meses en China y no sacarla a la luz; luego la cólera cuando en diferentes países explotó el racismo contra chinos y asiáticos por igual para “evitar contagiarse”. Se pasó por la negociación cuando en muchos países se aceptó la idea de que habría muchas pérdidas y que en adelante se hablaría de “aminorar daños”. Y tras varios meses de confinamiento y muertes llegó la depresión, en la que el pesimismo abundaba y, con las cepas mutadas, solo se esperaba la tragedia. Zizek terminó el libro antes de que apareciera la primera vacuna y consideraba que no había llegado la aceptación. Y ahora es difícil pensar en que haya pasado, dado que tras la pandemia muchos gobiernos y personas de a pie solo han visto a la pandemia como un suceso extraordinario, mientras seguimos sin un sistema de salud público nacional o internacional preparado para este tipo de emergencias.

En el caso del cambio climático, aún en la actualidad existe una etapa de “negación”. Aunque es un hecho unánime para la comunidad científica, hay muchos negándolo (ellos fueron un sector importante de votantes de Trump en 2016). Podría parecer que podemos mantener esa postura, pero la crisis climática ya no es ni siquiera un problema para el futuro, sino del presente. Nuestro “cólera” se ha visto con la violencia de activistas como la reciente vandalización de Stonehenge o, en el caso de México, la desaparición forzada de activistas ambientales como Homero Gómez, a quien Netflix le dedicó un documental en mayo. “Negociamos” con actividades para hacer algo de tiempo antes de la crisis. Ya hace años se recomienda usar menos agua, evitar aerosoles, separar la basura, usar poca luz eléctrica, comprar carros ecológicos y cosas biodegradables, no usar bolsas de plástico, etcétera. Estas medidas son solo actos individuales; es un deber adoptarlas en medida de lo posible, pero a pesar de lo nobles que son estas acciones, no son suficientes para aminorar los daños de la crisis climática. En la “depresión” aparece una indiferencia y catastrofismo al tema; aparecen frases como: “pues a mí ya no me va a tocar” o “es demasiado tarde”.

La aceptación no ha terminado de surgir. Se sabe que este es un problema grave y que, si lo solucionamos, aun así no recuperaremos el clima que teníamos en los sesenta. La parte faltante de la aceptación es actuar. Incorporar nuevos hábitos es indispensable, pero también que la ciudadanía exija y los gobiernos procuren medidas sociales y equitativas para estos cambios. Necesitamos aceptar que, para crecer, nuestro modo de vida necesita cambiar, individual y socialmente.

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