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domingo, diciembre 22, 2024

Narcisismo, vacío y aspiracionismo: una fórmula nociva

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LUZ DEL PENSAMIENTO

Seamos claros en una cosa, aspirar a un mejor futuro o movilidad social no engloba las mismas cosas que ser aspiracionista. El primero tiene en cuenta las dificultades exteriores y sus propios límites; el otro cree que con solo trabajo duro se llegará a la cima de la pirámide social. En la actualidad un concepto se ha vuelto bastante controversial y constante, este es el del narcisismo. La idea, la “Era del vacío” se volvió conocido por primera vez por un sociólogo francés llamado Gilles Lipovetsky; pero un autor y su obra nunca se entienden separadas de la época. Las últimas décadas del siglo XX se caracterizan en que la sociedad empezó a moverse con mayor regularidad, pareciera que la globalización incluso había hecho parte del trabajo, pues ahora los demás países no se sentían tan lejanos. La guerra aparentaba ser una cosa lejana para la nueva civilización, siendo primitiva o encerrada en los libros de historia. Por primera vez la muy pequeña historia de la humanidad se estaba encontrado con un mundo relativamente pacífico, las hambrunas y las sequías eran ya problemas superados en una nueva época donde todo alimento estaba enlatado y al alcance de la mano. Los caminos sinuosos eran ahora reemplazados por el asfalto gris de las grandes urbes; además, la forma de vida era diferente, la guerra y los años 40 parecían estar más lejos de lo que se creía. La sociedad globalmente pasaba por un cambio acelerado, en todo el sentido físico de la palabra.  

Para autores modernos, críticos o políticos en sus discursos una nueva palabra toma lugar, la palabra «posmoderno» o «posmodernidad» tienen una relevancia, regularmente se usa como peyorativo en el habla inglesa y en Europa, sin embargo, esta palabra muchas veces se ha usado para nombrar todo, se convierten en comodines, no para señalar cosas buenas, todo lo contrario. En estas conversaciones “posmoderno” es un insulto para englobar todo lo que no se quiere. Por suerte para México esta palabra no tiene lugar aún, aunque cuando lo haga probablemente sea usada para señalar todo lo malo. Cuando una palabra significa todo, no significa nada. Posmodernismo es un concepto complejo, como suena, es lo que está fuera o después de la modernidad, pero regularmente se asocia con ella a una cultura moderna y globalizada que ensalza valores como el hedonismo, la moda, el consumo, la rebeldía y el rompimiento con el pasado, el individualismo y la indiferencia en una era sumamente tecnológica. Estas ideas para nadie son raras, de hecho, son tan frecuentes, repetidas y constantes que se vuelven tediosas y aburridas, de análisis pasan a letanía. Para los sociólogos está aconteciendo un problema arduo.
Para empezar, muchas disciplinas se apropian de sus objetos de estudio y de análisis. Pero también es cierto que su principio de estudios, lo que para ellos es la célula de los biólogos: la familia, está en plena crisis y bajo una decadencia importante. Los sociólogos enfrentan una crisis ahora que todo es individualizado. Y eso se resumen más cuando Lipovetsky dice que “después de la agitación política y cultural de los años sesenta sobreviene un abandono de lo social, con intereses en preocupaciones puramente personales, independientemente de la crisis económica, surge una despolitización, desindicalización con proporciones jamás alcanzadas, desaparece la esperanza revolucionaria o la protesta estudiantil, se agotan las contraculturas y las cuestiones filosóficas o políticas despiertan la misma curiosidad que cualquier suceso. Todo se arrastra bajo la neutralización y banalización; solo la esfera privada sale victoriosa en un maremoto apático, el egoísmo tiene nuevas caras: ya sea cuidar la salud o preservar la situación material, nos centramos en desprendernos de complejos, esperar vacaciones y de vivir sin ideal u objetivo”. Constantemente se vapulea a los jóvenes por no tener hijos, enfocarse más en su trabajo que en otras cosas. Al inicio este individualismo puede parecer que se tacha de malo, cuando empíricamente se sabe que no lo es, que no está mal que ahora en este siglo al fin las personas se preocupen sobre su individualidad, pero el tema no es la individualidad, este autor no ataca la idea de tener algo propio, espacio, planes y recursos para uno mismo, sino que para las sociedades esto se ha vendido como la alternativa. Ahora más que nunca, en malas condiciones de trabajo, el sindicalismo y la unión en general se hacen poco comunes, ideológicamente trabajadores de todo tipo han tomado una mentalidad depredadora, donde lo importante no es crecer, sino que un igual no crezca, depredar sus oportunidades, sus asensos, su paz laboral. Es claro que el límite del aspiracionismo está ahí: cuando por los propios méritos es imposible seguir avanzando toca eliminar a la competencia; desde oficinas, talleres a hospitales reina una cadena alimenticia, una cultura pobre —deprimente y mediocre— que avanza viendo a los otros como piezas para sacrificar.

El aspiracionismo, si quiere que sea funcional y un método que lleve al éxito, requiere romper con toda moral, toda consideración sobre los otros a cambio del propio beneficio. Hay algunos que no escatiman en negar estas posturas y aceptan llevarse en medio a quien sea necesario con tal de cumplir “sus” sueños. Otros, hipócritamente, intentan darles lavados a estas acciones con nombres modernos o gimnasia conceptual para que con retórica barata suenen menos autocondescendientes. El aspiracionismo nace del narcisismo, pero ¿cómo llegamos a ello? Ahora más que nunca domina una indiferencia total a lo que le pasa a los demás, no se tiende a ver más allá de que sucede bajo nuestra nariz. Incluso temas de urgencia se individualizan, las personas están entrenadas, ahora más que nunca, a no querer confiar en nadie. De hecho, este autor menciona que la amenaza económica y ecológica no han conseguido penetrar en profundidad la conciencia indiferente de la actualidad; debemos admitirlo, el narcisismo no es en absoluto el último repliegue de un Yo desencantado por la «decadencia» occidental y que se abandona al placer egoísta. Este escritor no solo miraba los trastornos sociales, sino también los psicológicos y en ellos expresa una profunda preocupación, considera que, en contraposición a su época, donde eran comunes las neurosis ahora abundan problemas sobre el narcisismo. En estos problemas más que un conflicto o algo no resuelto hay un vacío, nada de lo que se hace es suficiente, en una era tan permisiva no abunda el “deber hacer” sino el “poder hacer” si el primero ponía cierta obligación al menos decía algo concreto que hacer, lo segundo implica que si se puede ser capaz de hacer algo deber hacer de todo. Slogans que parecen tan inocentes como el famoso “just do it” son una prueba de ello. Y aunque era sociólogo, observa que esto tiene su producto psicológico también. Encuentra una explicación fiable a por qué las personas se obsesionan tanto en ser mejor en todo, incluso observaba en nuestra actualidad un cambio en el famoso Complejo de Edipo. En la primer idea de este esquema el niño se encuentra en una triangulación frente a su madre y padre —los psicoanalistas ven en lugar de una madre o un padre real a funciones sociales, es decir, la madre realmente serían funciones protectoras y amorosas, mientras que el padre funciones sobre la internalización de las leyes o formas de conducirse en sociedad; y que no están sujetas a un tutor en específico e incluso pueden habitar en uno mismo— y entendiendo que dicho complejo no trata de una especie de enamoramiento entre madre e hijo o padre e hija, puede verse que las maneras en que se está construyendo la sociedad han cambiado. Ya no es el padre quien “castra” —lo introduce a las leyes y normas— al hijo para tener un desarrollo normal. Más bien hay una “ausencia” del padre que hace que el niño vea como “castradora” a la madre; el niño por consiguiente quiere ser ese falo, consiguiendo ser una celebridad o quien represente el ideal de éxito en turno. Además, estas consecuencias no solo son nocivas e impulsan a una búsqueda eterna e infructífera en ser el mejor en todo, sino que se sufre una gran confusión; como la madre es castradora —o sea que hay una función amorosa y de ley a la vez, de placer y castigo—, se tiende a presentar en el sujeto moderno una preferencia por no sentir nada, no arriesgarse a relaciones amorosas para no se engañado o decepcionado, independencia afectiva, no buscar nada con compromiso o responsabilidad. De hecho, algunos médicos hablan de una tendencia hacia la “huida ante el sentimiento”, se desea evitar a toda consta sentirse vulnerable. Del narcisismo se lleva al aspiracionismo y al vacío.

No es un tema fácil cuando algo se trata de un problema cultural globalizado, sin embargo, sería pesimista e ingenuo creer que no hay nada que hacer al respecto. Si bien la situación no es sencilla, lo claro que desde un inicio es primordial trabajar con el aspecto familiar; la crianza desatendida y muy permisiva puede crear en niños que después serán adultos que consideren que los demás no importan, que la propia integridad vale más que la ajena. Para personas adultas la situación es un poco más difícil más no imposible, es tardado cambiar de ideas y concepciones, pero empezar con las auto-imposiciones de éxito o deber hacer es más que un buen comienzo, sobre todo cuando las más de las veces se trata de un deseo que ni siquiera es propio, pues se cuela en nosotros, aunque se manifieste más como una obligación. Hacernos esa pregunta: ¿nos sentimos en obligación de hacer algo para nosotros? Es un buen método para diferenciar cuando un deseo o una meta realmente no es nuestra, cuando tras una derrota más que compasión o aprendizaje sobre nosotros mismos hay autorreproches. Es difícil luchar contra el narcisismo y más —y es parte del problema— si creemos que podremos solos.

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