LAGUNA DE VOCES
Ahora que lo pienso, todo ha cambiado en la vida, aunque entiendo que, a cierta edad, la capacidad de modificar actitudes y gustos, de repente se detiene, se agarra con fuerza de lo que pensamos inmutable, y eso da origen a la agria actitud del que se hace viejo, para creerse con la autoridad de ponerse a descalificar los gustos musicales o literarios de los hijos, a veces hasta de los nietos, si uno los tiene.
Por eso, cuando esa absurda necedad de querer imponer como mejor lo que fue, se agudiza, surgen complicaciones en el diario vivir, porque nada más alejado de la realidad del mundo, que buscar todos los argumentos a fin de hacer creer a las nuevas generaciones, que lo de antes resultaba mejor. Todavía peor en los asuntos subjetivos de la música y las letras.
Porque no es cierto, y si lo es, la verdad importa poco. Lo que pasa es que desde que nos asomamos a los lustros, rogamos porque sean décadas, previos a que se cierre la función en que nos tocó actuar, queremos hacer creer a quien se deje, que aun cuando nuestra participación en el teatro de la vida haya sido poco menos que intrascendente, ese momento justo en que asomamos la cabeza en el montón de personas que hacen de extras o actores de relleno, todo fue único, hecho para la eternidad. Por lo tanto, nada superará ese instante, diminuto, eterno para el que cuenta la historia.
El hecho sustancial es que se comprende con certeza el carácter efímero de la existencia humana, hasta que descubrimos, una noche, una mañana, que efectivamente, la vida se mide por suspiros, el último de los cuales nos otorga la plena sabiduría de que buena parte de ésta la pasamos empeñados en asuntos inútiles, cuando todo se trataba de vivir, vivir en amplio y enigmático sentido de la palabra.
Siempre que uno acude, por ejemplo, al Museo de la Fotografía de Pachuca, y ve las fotos del archivo Casasola de la Revolución Mexicana, no puede dejar de preguntarse quién era el hombre que miraba la cámara que lo congeló en una fotografía en San Juan de Letrán, allá en la Ciudad de México. Quién el niño que corría atrás del tren de hombres con la carabina al hombre, con los ojos puestos en un camino del que nunca regresaron.
Somos un puñado gigantesco de anónimos los que rellenamos la historia de la humanidad, y pese a ello, pese a que fueron los faraones, emperadores, los locos dictadores fascistas quienes escribieron la historia, sin nosotros, los que jamás aspiramos siquiera a esa potestad de nivel mundial, porque tenemos la única y absoluta misión de ser los que miran, y aplauden, y lanzan una rechifla, o simplemente les hacemos el silencio, para que crezcan más en su vanidad, lloren por el poder perdido, o se lancen al vació de un acantilado por el desprecio. Sin nosotros serían humo, nada.
Igual que los demonios, juntos, los que se esconden en los asientos más alejados del escenario, resultamos legión, y la legión de demonios es indestructible, eterna, necesaria para apuntalar la tiranía de un desquiciado, derrocarlo después, devolverlo al poder, y así sucesivamente hasta la eternidad.
Es un eterno juego, que impulsa la multitud, el pueblo que tan de moda está en estos, aunque poco logren definirlo con exactitud igual que la palabra patria, igual que todo ese juego de palabras que sirve lo mismo al justo que al injusto, al que tiene sentido de lo que es la bondad, y al que ha perfeccionado con creces el de la maldad. Los más siempre ganan, siempre imponen su voluntad. Peo aún dentro de esos más, hay los que conducen a los que aún en el anonimato, prefieren no hablar, no mirar, no decir nada.
Y así, cuando cae el gran engendro del poder, quedan siempre los que miran con burla el escenario, regresan a su asiento allá atrás en las sombras, en donde nadie tiene rostro, para mirar de nuevo la antiquísima historia del ser humano.
Pero con seguridad, toda esta realidad, solo se empieza a ver de manera descarnada, cuando el tiempo que todo vence, nos saluda cómplice para avisara que ya es la primera llamada, primera. No para saltar al escenario, sí para abandonarlo.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta