María se define como ‘nini’, ni estudia ni trabaja, no porque no quiera sino porque vive en un barrio de la periferia de Bogotá donde todas las puertas se le han cerrado pero no cesa en buscar salidas en un contexto donde prima la informalidad y la precariedad y a veces el conflicto y la delincuencia son las más sencillas.
María Rada llegó de Valledupar, en el Caribe, hace más de cinco años para estudiar. Quería entrar a psicología en la Universidad Nacional, la principal pública de Colombia, pero no logró plaza. Desde entonces, trabajó un tiempo «en negro» en una papelería pero se dedica, a sus 26 años, al hogar.
«Nos llaman los famosos ‘ninis’, o sea, ni estudiamos ni trabajamos, pero no porque no queramos, porque yo lo he intentado infinidad de veces, no se me daba la oportunidad», explica a EFE María, que ahora ve una nueva esperanza de estudiar tras ser seleccionada por el programa gubernamental ‘Jóvenes en paz’.
Este programa da formación y orientación a jóvenes de entre 14 y 28 años en alta vulnerabilidad y que procedan de zonas con alto riesgo de caer en redes criminales, reclutamiento forzado o actividades ilegales. También les paga al mes unos 230 dólares.
Once generaciones para progresar
Óscar Daza fue uno de los primeros en entrar al programa. Tenía un grupo para animar a niños del barrio a hacer deporte y ese tipo de actividades sociales y liderazgos son los que intenta reforzar ‘Jóvenes en paz’.
Desplazado por la violencia, Óscar vivió de pequeño en varias ciudades huyendo del conflicto y ahora, con 27 años, ha trabajado en todo lo que le salía pues también le cerró las puertas la universidad para estudiar fisioterapia como quería.
Óscar y María viven en Suba, la localidad más poblada de Bogotá, y uno de los que tiene más situaciones de vulnerabilidad. Además, situado en la periferia noroeste, los servicios, la universidad e incluso los hospitales quedan muy lejos.
Son los rostros de una triste cifra que parte al país: se necesitan once generaciones en Colombia para que una persona que nazca en el grupo con menos recursos tenga la misma oportunidad de conseguir un ingreso medio que el resto de la población. Once generaciones que demuestran la grave brecha de la desigualdad.
Suba, como otras zonas periféricas de la inmensa Bogotá, «es una localidad en donde llega mucha población migrante e interna por el conflicto armado», explica a EFE Diego Jiménez, profesor del programa.
A eso se suma que «la población joven tiene pocas posibilidades, y ha sido estigmatizada por muchos años». Por eso, hace cuatro años, cuando los jóvenes de todo el país salieron a la calle para protestar, en Suba fueron cientos los que se unieron. Y también varios a los que mataron.
En los muros de la Casa Memoria Suba, que sirve de centro de formación para estos jóvenes, están los rostros pintados de Julieth Ramírez, Germán Puentes, Freddy Alexander Mahecha, Cristian David Castillo y Angie Paola Baquero, asesinados por las acciones de los antidisturbios en las protestas de 2020.
«No es de criminales»
Cuando el Ministerio de Igualdad colombiano lanzó ‘Jóvenes en paz’, hace menos de un año, las críticas de que iba a financiar a criminales, guerrilleros o a la llamada ‘primera línea’ -los que salieron a protestar encapuchados y con defensa contra la Policía-, se desataron.
«La verdad es que el programa no es de criminales porque una de las condiciones es no tener procesos penales», justifica María, quien insiste: «es un programa para jóvenes que no tenemos acceso ni a educación ni a empleo», y que les ayuda a «enrutarse» hacia un empleo o educación.
«Nos motiva a seguir adelante, nos quita de las manos de la criminalidad», insiste esta joven costeña, ya que las probabilidades de caer en actividades ilegales en estos barrios, así como en otras zonas del país con mucha presencia de grupos armados, es alta.
Óscar no desconoce que hay «pandillas» que «intentan reclutar a la mayoría de jóvenes», y «otro tipo de actividades ilegales».
«Cuando no tienes todas las opciones a tu merced es muy fácil ingresar a estos grupos porque te pagan mucho más que un trabajo o un mínimo, y uno como joven quiere o querría plata fácil», y así es como muchos acaban en estas pandillas.
Entonces «lo que busca el programa es jalar a todos estos jóvenes, como lo hicieron conmigo, que de pronto estamos desorientados por ahí, jalarnos para darnos ese acompañamiento que necesitamos», asegura el joven deportista.