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Hidalgo
jueves, julio 3, 2025

La Puerta

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LAGUNA DE VOCES

Después de semanas y semanas de lluvia, fue imposible abrir la puerta, porque el agua se había filtrado en cada uno de los dientes del engranaje que permitía dar vuelta a la cerradura. Y no, no era que se hubiera presentado un proceso de oxidación repentino y vertiginoso, simplemente el rectángulo de madera se había agarrado con tal fuerza al marco que la sostenía, con algo semejante a unas garras, que intentar arrancarla, sería igual que derrumbar toda la pared. Al menos eso pensábamos al principio, antes de darnos cuenta que todo el edificio estaba comprometido, y que lo mejor sería que nos resignáramos a perder el centro de trabajo al que habíamos acudido durante más de 20 años.

Cada año, por la indolencia, aunque regularmente la falta de dinero había sido la causa, posponíamos contratar servicios de impermeabilizado para un techo que registró diminutas cuarteaduras en las primeras lluvias, sin que el agua se trasminara. Solo la evidencia de que poner acelerante cuando se realiza un “colado”, de ninguna manera es recomendable. Además, que el arquitecto encargado de la obra nunca mintió, y recordamos que predijo lo que habría de suceder pasadas dos décadas, una desde que había muerto.

Sin embargo, pasadas las tormentas que acompañaron el transcurrir de 18 años, un día cualquiera empezó a gotear una esquina del techo, a tamborilear con dedos tétricos los plafones que terminaron por amarillearse, y caer como un pedazo de masa aguada. Pero salió el sol y todo regresó a cierta normalidad, aunque era evidente el deterioro del falso techo, pinto y viejo.

Todo se complicó el año en que la ciudad completa se inundó, fruto de dos semanas enteritas de lluvia, lo mismo en la madrugada, la mañana, la tarde y noche. Cientos de vehículos navegaron por los bulevares, las avenidas, las calles, las carreteras. Resultó ser una especie de diluvio, no universal claro está, pero sí suficientemente aferrado, como para hacer creer que la antes Bella Airosa, se había transformado en un puerto.

Y es cuando la puerta echó raíces a lo largo de las paredes del edificio, pero de una manera tan sigilosa, que nos dimos cuenta solo después que nos dio permiso de entrar a la oficina, y cometer el error de cerrarla, lo que seguro activó algún mecanismo creado por ella misma. Porque vimos, en vivo y en directo, cómo aparecían hebras gruesas color madera en la pared, en el techo, en los pisos, y poco a poco empezó a invadir los pies, las piernas, el pecho y los brazos.

También fue un movimiento imperceptible, silencioso, hasta que ya no había remedio y los de Protección Civil, Bomberos incluidos, llegaron para saber si podrían hacer algo por los que se habían quedado encerrados. Solo el ulular de las sirenas que se alejaban, dio noticia clara de que la puerta era el origen de una especie de epidemia de raíces que petrificaban a las personas, y hacían impenetrables los muros y techos que tocaban.

Antes de convertirnos en lo que debíamos convertirnos, todavía nos enteramos que había sido dada la orden para que mil metros a la redonda del edificio, se excavara un muro tan profundo como el miedo que se había desatado. Así que arrasaron el piso y quedamos colgados de un diminuto cerro, y eso porque nunca pudieron hacer nada contra la estructura del lugar donde pasamos nuestros últimos momentos. Porque el metal mismo de la maquinaria se oxidaba a ritmo vertiginoso.

Después, alrededor de ese pozo de olvido, construyeron una barda monumental, y dejaron que los moradores de esa edificación, murieran y luego fueran olvidados hasta la eternidad.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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