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“La odisea de lavar ropa: Reflexiones en el ciclo de centrifugado”

Blanca Vargas
4 Min de Lectura

Por el derecho a existir

Si hay una actividad que puede transformar una simple tarde en una profunda reflexión sobre la vida, esa es lavar ropa.  Sentir cómo fluye el agua al compás de los pensamientos, a veces nos permite desconectarnos por un momento de las cosas mientras se escucha caer el chorro, o mejor aún disfrutar de la música guapachosa pa’ ponerle ritmo al momento.

Al principio, es fácil pensar que lavar ropa es solo otra tarea más de la lista del hogar. Pero cuando estás de pie frente a la lavadora, rodeada de un montón de prendas que cuentan historias, te das cuenta de que este acto cotidiano es en realidad un microcosmos de la vida misma. Cada prenda, es un recordatorio de momentos vividos: una caminata bajo la lluvia, un momento agradable con la familia, las risas con las amistades o simplemente la rutina de vivir, pero déjenme llevarlos por un momento en este camino lleno de detergente y calcetines desaparecidos.

La ironía es que, a menudo, la tarea de lavar ropa recae en las mujeres, y aunque la sociedad ha avanzado, todavía existe una carga invisible que se perpetúa. Sin embargo, aquí es donde el lavado se convierte en un acto de resistencia. Convertimos un deber en un momento de autocuidado, un tiempo para pensar, reflexionar y, por qué no, poner al día nuestros pensamientos mientras se hace un ciclo de centrifugado.

En esos momentos de espera, me encuentro soñando despierta. Parece curioso que se cuela la posibilidad de disfrutar del sol y estar pendiente de la naturaleza, más de manera inconsciente que consciente, pero se está pendiente de si llueve, “si se viene el frío”. Hace unos días compartía con mi hermana que lavar me desestresa, ella respondió que sí, que el sentir el agua daba mucha calma aun y cuando me enfrento a la realidad de que hay una montaña de ropa que parece crecer por arte de magia. Pero aquí es donde la magia real ocurre: entre el ruido de la lavadora y el aroma a suavizante, descubro un sentido de logro. Es un recordatorio de que, aunque algunas cosas pueden estar fuera de control, al menos puedo manejar el ciclo de lavado.

De los recuerdos lejanos que me acechan es sobre mi abuelita en las piedras de río, será a razón de 25 años, que dejamos de asistir al riachuelo, los recuerdos que tengo son lindos, porque había un convivir en común entre quienes asistían, en ese momento era pequeña y me encantaba jugar en el agua, mientras mis hermanas  y abuelita lavaban de rodillas en la piedra que ya habían elegido, luego tocaba tender en los árboles y posteriormente cargar el burro para llevar todo a la casa, eran cargas pesadísimas.

Hoy, la tecnología nos juega distinto, hay centros de lavado que optimizan el tiempo y poco a poco hasta evitan el contacto con el agua y al ras de unos minutos se puede lavar y secar sin mayor problema, aunque eso está directamente ligado con la posibilidad de adquirir máquinas más sofisticadas. 

Así que la próxima vez que te enfrentes a la tarea de lavar ropa, recuerda que no es solo un deber. Es una oportunidad para reflexionar, para encontrar orden en el caos y, tal vez, para conectar con otros en el proceso. Al final del día, lavar ropa puede ser más que un ciclo en la lavadora; puede ser una lección de vida envuelta en una prenda limpia.

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