LAGUNA DE VOCES
La sal de la tierra, es una frase usada por Jesucristo en el Sermón de la Montaña, el de las bienaventuranzas, donde se refería a las personas confiables, honestas, trabajadoras, que sin duda contribuirían a mejorar el mundo. Porque la sal, en su aspecto más simple, servía para conservar comida y evitar su descomposición. Así las personas consideradas como tal, y que preservan la humanidad.
Sin embargo, hay sal que se desprende de los techos humedecidos por goteras, luego de una larguísima temporada de lluvias, y un concreto que no se dejó fraguar como debiera, al momento de ser colado. A la calamidad de los chubascos en el interior de la oficina, ahora se suma una constante nevada de sal, supongo de alta calidad, pero que solo se puede traducir en la generación de desperfectos en aparatos eléctricos.
Uno dice que se acostumbra a todo, pero no a que por todos lados del escritorio aparezcan huellas diminutas color blanco: el teclado, la camisa y la cabeza, acaben caspeados por una lluvia constante, igual al proceso en que, por fin, se empieza a secar el interior del concreto.
Para el señor que comanda a los impermeabilizadores, es un reto que aún con lluvias de por medio, las goteras se detengan como por arte de magia. Y sí, es verdadera magia cuando parecía imposible el asunto, y vernos obligados a evacuar cuanto libro había, expedientes, todo lo que fuera de papel, que siempre es el primer caído en temporada de lluvias.
Siempre es recurrente decir que el tiempo ya no es el de antes, igual que don Manuel, un singular corresponsal que un tiempo colaboró con esta casa editorial, cuando decía que “los ostiones, ya no son igual a los de hace tiempo”. Puede que sí, y nosotros tampoco.
Hay lluvia cuando ya nadie la espera, ese es el asunto. Porque ha optado del evento programado a la sorpresa, también igual a los anuncios del Palenque de la Feria pachuqueña, cuando no tienen ningún artista apalabrado de nivel, y mejor le hacen al cuento para dar la sorpresa con la presentación de uno que lo conocen en su casa, si acaso.
Como quiera que sea, la sal del techo, que no de la tierra, ha caído sin descanso los últimos tres o cinco días. De tal modo que si en sus noches de insomnio un fantasma decide pasearse por la oficina, seguro veré el día de mañana sus huellas dibujadas en el talco que son los copos de nieve que caen y caen.
Algo sucede en un lugar como el centro de trabajo, cuando se llena de goteras y cunde la alarma.
Yo creo que de repente vuelve a vivir todo el eco que dejaron los albañiles, el arquitecto Coria ya muerto, su afición para contestar a toda sugerencia, “perfecto, perfecto, lo hacemos”.
En breve será el mismo segundo piso serio, sin ninguna novedad, sin la pena que le daba saberse vencido por el agua.
Volveremos a esa normalidad que a veces se extraña, aunque también a veces acaba por ser una normalidad monótona, sin chiste ni gracia.
Y eso, no se puede permitir en una vida tan corta, tan de al tiro como el viento, apenas palpable, apenas algo.
Mil gracias, hasta mañana.
@JavierEPeralta