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sábado, abril 19, 2025

La justicia como forma de convivencia…

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PIDO LA PALABRA

Cuando las palabras y las obras de relumbrón no bastan, la realidad se impone sin filtros, la retórica vacía de discursos pomposos ha dejado de convencer a una sociedad que sufre en carne propia las consecuencias de la complacencia.

Durante años, el país ha sido testigo de cómo se han construido castillos de arena sobre promesas falsas, donde la verdad se diluye entre eufemismos y excusas; pero los hechos son implacables, la situación actual no se gestó en un día, sino que es el resultado de abrazos que todo lo permitieron y silencios cómplices que dejaron al país en una situación de crisis.

El deterioro no comenzó con los balazos; la violencia no es un fenómeno espontáneo ni una casualidad desafortunada, es la consecuencia lógica de la impunidad y la permisividad de muchos años, donde se ha preferido mirar hacia otro lado mientras el delito se arraiga en la cotidianidad. No se trata solo de fallas en las estrategias de seguridad, sino de una negligencia profunda que ha permitido que el miedo y la desesperanza se conviertan en los compañeros inseparables de una ciudadanía que ya no confía en nadie.

La historia reciente del país ha demostrado que no hay peor enemigo que la indiferencia; la ausencia de respuestas firmes ante los crecientes desafíos, generó un escenario en el que la gente, cansada de ser víctima recurrente, empieza a tomar la justicia en sus propias manos.

Cuando las instituciones fallan, cuando las autoridades se perciben incapaces o simplemente se desentienden, la sociedad responde con mecanismos desesperados, improvisados y por ello, peligrosos. Lo que comienza como un acto de autodefensa puede derivar en una espiral de violencia incontrolable; ya vimos lo que sucedió esta semana en Chalco, donde una señora de la tercera edad, sin el menor remordimiento tomó la justicia en sus manos; no es este tipo de conductas lo que quiero para mi País.

El problema se agrava cuando la impunidad se convierte en la norma, cuando el delincuente no teme a la ley porque sabe que las consecuencias son mínimas o inexistentes, se fortalece entonces la cultura del delito, a veces fomentado por la apología que se hace en casi cualquier parte. Y cuando la ciudadanía percibe que la justicia está fuera de su alcance, opta por hacer valer su propia versión de la ley, alimentando un círculo vicioso donde el hartazgo social se traduce en linchamientos, en ajustes de cuentas que, lejos de solucionar el problema, lo profundizan.

No se puede pedir calma a una sociedad que ha sido ignorada durante demasiado tiempo, no se puede esperar que la gente siga confiando, no se puede predicar paz cuando la realidad cotidiana de millones de personas es la incertidumbre y el miedo. Creánme, las palabras ya no bastan, los discursos ya no conmueven, es necesario reconocer que nos encontramos en una encrucijada donde cada decisión, o la falta de ella, puede marcar un punto de no retorno, y eso sin contar con la presión de los aranceles que espero no se vayan a tomar como anillo al dedo.

Por ello, con la próxima elección de jueces y magistrados, se requiere una transformación real y profunda que vaya más allá de los eslóganes de campaña y las declaraciones optimistas; lo lamento, pero lo visto hasta este momento tiene más cara de chiste que de seriedad; se necesita recuperar la confianza de una ciudadanía que ha sido traicionada una y otra vez, pero, sobre todo, se necesita que quienes vayan a ostentar el cargo de jueces, asuman su responsabilidad, porque la crisis de confianza no es producto del azar, sino de años de negligencia, omisión y complacencia.

El país no necesita más discursos de relumbrón ni frases efectistas que solo sirven para llenar titulares, lo que se requiere es voluntad, firmeza y acciones concretas que rompan con la inercia de la impunidad. Hagamos que la justicia deje de ser un concepto abstracto y se convierta en una cuestión de convivencia.

Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.

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