RETRATOS HABLADOS
Descubro con espanto que la Inteligencia Artificial (IA) puede hacer todo o casi todo, en el ámbito del periodismo. Desde escribir artículos de fondo con todos los estilos habidos y por haber, que, por supuesto, contemplan al que incluye citas a más no poder de teóricos de la Ciencia Política, en un afán, por supuesto, de apantallar al enemigo o de inflar el ego del autor, que en el caso no humano que citamos es algo innecesario. También al que gusta de enredar tanto lo simple, que acaba por no entenderse a sí mismo, porque cree, que, a más rareza de palabras domingueras, se entiende que el autor es un docto en el tema. Lo crean o no, la IA es experta en imitar, tal vez burlarse, de los “apantalla bobos”. Seguro disfruta esa tarea, en su tarea de aprender y comprender el por qué puede sustituirnos en esas tareas.
De escribir artículos de fondo, ahora descubrimos que también es capaz de realizar entrevistas, seguramente más documentadas de la que hacen los simples mortales. Porque es evidente que cualquier político, funcionario público o empresario, sentiría miedo ante quien posee todos los bancos de datos del mundo, pero también una capacidad creciente para identificar al sujeto que tiene enfrente, y darse cuenta que lo persigue una legión de demonios.
Pero igualmente, la IA puede hacer escenarios virtuales, mejorar de manera casi absoluta las fotografías que tomamos, los videos, las grabaciones de voz. Todo pues, y como siempre surge la pregunta si aún será necesaria la presencia de seres humanos en lo que antes, al menos en teorías antiguas de la Comunicación, se mencionaba como el círculo virtuoso de la comunicación, cuando el mensaje del emisor llegaba al receptor, y este podía tener un intercambio inmediato de opiniones, de información.
El asunto, sin embargo, es que cada vez es más y más notorio, que en lo mínimo interesa al que lanza la botella al mar, lo que diga quien la encuentra, y que si acaso estará pendiente para la palomita o la manita con el dedo pulgar hacia arriba. Es decir que cuando la supercarretera de la información – con toda seguridad soy de los últimos que se refieren así al internet – ofrece todos los elementos para que ese círculo virtuoso exista en todo su esplendor, a ciencia cierta a nadie le interesa decir algo, y también, a casi nadie, leer lo que el otro diga.
La presencia del receptor, llamémosle así, no rebasa los cinco o diez segundos, en tanto mira la pantalla, da el “like”, y sigue en ese interminable afán de hacer correr la manivela invisible del celular.
Igual que antes, no hay un espacio disponible para escuchar una exposición amplia, leer un texto que rebase los dos párrafos, mirar un video que decida irse arriba de los cinco minutos. No hay tiempo para nada, y ese lo crean o no, es el peligro más grave ante la Inteligencia Artificial, que sí tiene el tiempo y el interés de aprender, de nutrirse, de afianzar sus conocimientos, porque se sabe eterna, y porque se divierte cuando nos ve pasar horas y horas con las imágenes de personas que se tunden por la desesperación del tráfico, que chocan y vuelan por los aires en las autopistas, que se empujan para entrar al vagón del metro, que asaltan, que matan, que mueren, que han perdido la esperanza de vivir.
En eso nos gana la IA.
¿Y luego entonces?
Y luego, será fundamental rescatarnos a nosotros mismos, en un tiempo tan nublado, tan de al tiro difícil, que solo lo humano, lo humanamente humano, nos salvará de la perdición, de la profunda melancolía que se mete hasta los huesos cuando por muy esperanzados con los tiempos buenos, sabemos que ya no llegarán, que simplemente la existencia es así, con la necia tristeza que nos hace ver lo desechable que puede ser la persona ante la Inteligencia Artificial, ya no de las máquinas, sí de los que un día abandonaron la calidad de mortales, simplemente mortales.
Mil gracias, hasta mañana.
Correo: jeperalta@plazajuarez.mx
X: @JavierEPeralta