PIDO LA PALABRA
Sin duda alguna, la honestidad es la virtud más preciada en las relaciones humanas, nos proporciona seguridad, confianza y fe en lo que estamos haciendo, ésta logra por sí sola que la comunión con las personas que te rodean se lleve a cabo dentro de un marco de armonía, pues la credibilidad en ellos queda fuera de toda duda.
La honestidad proporciona valor a quien la ejerce, valor moral, valor para ir con la frente levantada sin tener que agacharte ante nadie
No obstante que haya quien quiera verte vencido ante la adversidad.
La honestidad es una forma de vida, y esencialmente congruente entre el decir y el hacer, pues las simulaciones lo único que logran es traicionar esa confianza; se es honesto cuando se cumple con las responsabilidades que nos hemos echado a cuestas; se es honesto en el momento que no deformamos realidades para obtener objetivos cuestionables.
La honestidad nos otorga identidad, pero también nos ubica en ese mundo real en donde mucha gente se niega a ser honesto, y en la mayoría de los casos parece que salen ganando; la honestidad se esconde cuando los nubarrones de la envidia corroen nuestras entrañas.
Por eso creo que la honestidad también nos debe enseñar a querernos a nosotros mismos y trabajar en ello todos los días; aceptar al mundo lleno de imperfecciones que nos han sido heredadas, pero jamás aceptar humillaciones.
¿De qué me ha servido ser honesto? A veces me he hecho esa pregunta cuando me doy cuenta que la deslealtad y la ambición pueden más que los buenos oficios y que a veces los deshonestos van un paso adelante de los valores; la respuesta es muy simple, la mentira siempre tiene las patas cortas y con el tiempo se descubrirá la verdad, entonces habremos quedado como embusteros, como traidores a esos principios tan urgidos en nuestra sociedad, y ese epíteto humillante no me lo puedo permitir, pues la honestidad es, en muchos casos, el único patrimonio que se deja a la familia; y eso lo voy a defender con uñas y dientes; en esos casos todos sacamos las garras que la mentira se ha encargado de afilar.
Porque cuando llegue el momento de enfrentar las consecuencias de nuestros actos, lo único que realmente tendremos es nuestra conciencia; quien ha vivido con honestidad puede mirarse al espejo sin temor, puede dormir tranquilo, puede ser ejemplo para los suyos, pues, desde mi opinión, la honestidad no es un favor a los demás, es un compromiso con uno mismo.
Muchas veces ser honesto implica nadar contracorriente, no ceder ante la presión, mantenerse firme en decisiones que no son populares, pero sí justas, y, aunque duela, aunque nos cueste amigos, oportunidades o incluso beneficios, ser honesto nos salva de la peor condena: la de traicionarnos a nosotros mismos.
No hay mayor libertad que la de no deberle explicaciones a nadie por haber hecho lo correcto, ese es un privilegio que solo se gana siendo íntegro; y aunque a veces el entorno nos empuje a pensar que la honestidad no sirve, que es una utopía del pasado, que no tiene cabida en un mundo acelerado, competitivo y lleno de intereses de cualquier naturaleza, yo sigo creyendo que sí sirve.
Sirve para construir relaciones sanas, para dar ejemplo a las nuevas generaciones, para sentir orgullo de lo que somos, porque el que es honesto deja huella; al final, eso vale más que cualquier recompensa pasajera.
El brillo de la honestidad no siempre ilumina el camino más corto, pero sí el más seguro; y si bien, ese camino es más largo, más duro y a veces más solitario, estoy convencido que al menos será un camino que podremos recorrer con la frente en alto y el alma en paz.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está