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La frenética memoria

Blanca Vargas
4 Min de Lectura

POR EL DERECHO A EXISTIR

Permítame expresar a partir de estas líneas un poco de las reflexiones y provocaciones que han derivado de un diplomado sobre feminismos comunitarios, dado que la oportunidad de aprender es también una posibilidad de compartir, abiertamente se acepta el diálogo de las ideas.

La memoria, especialmente la memoria ancestral y política, emerge como una herramienta crucial en este contexto. Es un recurso que se ha usado durante siglos en las luchas por la justicia y la equidad. Las palabras de Adriana Guzmán Arroyo y otras voces críticas nos recuerdan que convocar a nuestras abuelas, a las ancestras, no es un acto nostálgico, sino una estrategia política vital. Este llamado no es para revivir un pasado idealizado, sino para aprender de las experiencias vividas que han formado la base de nuestras luchas actuales.

El feminismo comunitario, en particular, nos ofrece una visión alternativa de la educación y el activismo. Se basa en una metodología de lucha que no solo busca la igualdad en el ámbito laboral o político, sino que también enfrenta la opresión sistémica que afecta a los cuerpos y territorios de las mujeres y los pueblos, como en un mismo cuerpo hay tantas opresiones.

La memoria, en este contexto, se convierte en una categoría política poderosa. Es un medio para recuperar y honrar las historias de resistencia y supervivencia que han sido sistemáticamente borradas o distorsionadas por los relatos oficiales. Las luchas de nuestras abuelas, sus sacrificios y sus estrategias de resistencia son enseñanzas vivas que nos ayudan a comprender las raíces del poder y la dominación que enfrentamos hoy.

La educación liberadora, entonces, no se trata simplemente de adquirir un título académico, sino de comprometerse con una práctica educativa que respete y valore la memoria y el conocimiento ancestral. Este tipo de educación implica cuestionar y desafiar las narrativas dominantes, reconocer la validez de las formas de conocimiento que provienen de las experiencias vividas y las luchas de nuestras comunidades.

En este sentido, el feminismo no puede ser reducido a un simple estudio académico. Tiene que estar arraigado en la vida cotidiana, en la organización comunitaria y en la resistencia contra las lógicas coloniales y patriarcales que siguen oprimiendo a las mujeres y a los pueblos indígenas. Es necesario reconocer que la lucha no se limita a las instituciones formales, sino que se manifiesta en la vida de cada día, en la resistencia a la explotación y en la reivindicación de los derechos territoriales.

La memoria no solo sirve como un recordatorio de lo que ha sido, sino como una guía para lo que puede ser. La dignidad y la resistencia que nuestras abuelas nos enseñaron no se encuentran en los libros que nadie lee, sino en las historias vivas que continúan informando nuestras luchas actuales.

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