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miércoles, julio 9, 2025

La ciudad que solo se conserva en los recuerdos

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RETRATOS HABLADOS

«La maison où j’ai grandi / n’existe plus aujourd’hui», canta Françoise Hardy. “La casa donde crecí / ya no existe hoy”. La canción evoca con dulzura y dolor lo que se pierde cuando el lugar que uno llamó hogar se transforma sin remedio. Es una letra que bien podría describir lo que ha pasado con Pachuca.

La ciudad ha cambiado tanto que cuesta reconocerla. En nombre del desarrollo llegaron las plazas, los fraccionamientos, las avenidas anchas y los centros comerciales idénticos entre sí. Se talaron árboles, se destruyeron casonas, se borraron barrios. El paisaje minero y los ritmos tranquilos de antaño cedieron ante el vértigo de un progreso que muchas veces solo ha dejado ruido, polvo y olvido.

«Je ne reconnais plus / ni les murs, ni les rues», dice la canción. “Ya no reconozco / ni los muros ni las calles”. Eso mismo sienten quienes crecieron en barrios como El Arbolito, Cubitos, La Surtidora o San Bartolo. Volver a ellos es como caminar por un escenario rehecho, sin los rostros conocidos, sin los olores, sin las rutinas compartidas.

La ciudad ha cambiado tanto que cuesta reconocerla. En nombre del desarrollo llegaron las plazas, los fraccionamientos, las avenidas anchas y los centros comerciales idénticos entre sí. Se talaron árboles, se destruyeron casonas, se borraron barrios. El paisaje minero y los ritmos tranquilos de antaño cedieron ante el vértigo de un progreso que muchas veces solo ha dejado ruido, polvo y olvido.

Las calles del centro, que eran alma viva de Pachuca, hoy parecen reducidas a un decorado de turismo fugaz. Lo esencial se ha ido: el aire limpio, las tardes lentas, el saludo entre vecinos. La expansión urbana llegó, pero se llevó consigo la memoria.

«Et les gens que j’aimais / ont quitté la lumière». “Y la gente que amaba / ha dejado la luz”. Algunos han muerto, otros se han ido, y muchos más se han quedado sin el paisaje emocional que los sostenía.

Quizá nos queda preguntarnos, como lo sugiere la canción, si el precio de ese progreso no fue demasiado alto. Porque uno puede mudarse, sí, pero siempre queda la herida de haber perdido la casa —la ciudad— donde alguna vez fuimos felices.

Mil gracias, hasta mañana.

Correo: jeperalta@plazajuarez.mx

X: @JavierEPeralta

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