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domingo, octubre 20, 2024

¿Información desechable?

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LUZ DEL PENSAMIENTO

No hay manera de negar en nuestra actualidad el papel tan decisivo que tiene la información en nuestro día a día, a diferencia de otras épocas. En el pasado, un accidente, un descubrimiento novedoso o un chisme se transmitían entre la gente en tiempos totalmente distintos. Lo que acontecía tardaba unos días o, incluso, semanas para ser comunicado y conocido en una comunidad. Hoy en día, es obvio que las maravillas tecnológicas ahorran muchísimo tiempo en la transmisión de saberes. Sin embargo, ¿esto es algo bueno o malo? ¿Deberíamos juzgarlo así? Antes de hablar de la información, habría que comprender el puente que siempre utiliza para ser comunicada: la tecnología. La tecnología, ya sea con información grabada en la nube, pantallas y procesadores, o vapor y piezas mecánicas, son extensiones que han evolucionado con nosotros como especie. La tecnología no siempre ha sido sinónimo de electricidad; desde las máquinas hasta las herramientas, el ser humano ha modificado parte de su entorno y, a su vez, se ha construido a sí mismo según sus necesidades. En este caso, la información utiliza la tecnología como vía de paso, como transporte. La información usa esos medios para llegar a diferentes lugares, pero, siendo que la información es tan dependiente de la tecnología, sería un error no considerar que el desarrollo tecnológico en turno modifica las formas en que la información es entregada o percibida.

Estas consideraciones ya han sido exploradas por sociólogos como Neil Postman. Este autor, en 2001, escribió el ensayo «Divertirse hasta morir», donde analiza varios efectos previsibles de la alta exposición a la televisión. En dicho texto, Postman señala que no existe consecuencia más perturbadora de la revolución electrónica y gráfica que esta: que el mundo que nos presenta la televisión nos parece natural, no extraño. La pérdida del sentido de lo extraño es un signo de adaptación, y la extensión con la que nos hemos adaptado es un indicio de hasta qué punto hemos sido cambiados. La adaptación de nuestra cultura a la epistemología de la televisión está actualmente lejos de haberse completado. Hemos aceptado tan plenamente su definición de la verdad, del conocimiento y de la realidad, que la irrelevancia parece estar colmada de importancia y que la incoherencia es algo razonable. Y si alguna de nuestras instituciones parece no adaptarse a la tendencia de los tiempos, ¿por qué son aquellas, y no esta, las que nos parecen desordenadas y extrañas?

Neil Postman falleció dos años después de la publicación de su libro. Es extraño preguntarse qué pensaría dicho sociólogo ahora que la televisión ha sido desplazada como hegemonía de la información y el espectáculo por el gran coloso que es ahora Internet. Muchas de las preocupaciones de Postman tienen sentido a la hora de abordar la calidad y el contenido de lo que se enseña. Sin embargo, sería justo discernir que su posición, tanto como lo fue con la televisión, habría de ser profundamente desfavorable ante el poder que tiene Internet hoy en día. Se esté de acuerdo o en desacuerdo con el considerable extremismo que profesaba Postman y las medidas restrictivas que proponía con la exposición de la televisión, no solo a niños, sino a la población en general, algo aceptable y que merece un lugar en el debate moderno es la aguda crítica que este autor hace ante la educación. Considera que, justamente, la televisión es problemática en sí misma a la hora de combinarla con la educación. Está claro que esta opinión, más ahora, ya se toma con pinzas. Diferentes estudios muestran la eficacia de aprender cosas a través de las pantallas; son útiles medios de comunicación que explican y transmiten eventos. Pero sus usos estrictamente educativos son en realidad ligeramente limitados y, además, requieren de una supervisión y uso medido y controlado bajo condiciones de laboratorio. Aunque hay que tener claro que, bajo premisas y condiciones experimentales idóneas, la televisión y otras tecnologías tienen fuertes ventajas de aprendizaje y comunicación. Un ejemplo claro es el de Internet y los servicios de comunicación masiva: reuniones de Zoom, Meet, Microsoft Teams, etc. Pero no toda tecnología, por novedosa que parezca, es precisamente útil y, sobre todo, benigna cuando se trata de educar.

Como dijo el mismo Postman: “Toda tecnología conlleva una tendencia intrínseca. Tiene, dentro de su conformación física, una predisposición a ser utilizada de una determinada manera y no de otras. Solo los que desconocen la historia de la tecnología creen que esta es totalmente neutral”. Como él señala, la imprenta tuvo como fin ser un medio lingüístico, dentro del que cabía la posibilidad de utilizarse para imágenes. Esta capacidad, en particular, era ampliamente usada en Europa por la Iglesia Católica para la impresión de íconos, con el fin de frenar y postergar el avance que florecía de la Reforma Protestante. Él explica que el caso de la televisión —y ahora podemos sumar el del Internet también— se escapa del de solo una tecnología, se trata de un medio. Más abajo, el autor apunta que: “El entretenimiento es la supra-ideología de todo el discurso sobre la televisión. No importa qué representa, ni cuál es el punto de vista; la presunción general es que está allí para nuestro entretenimiento y placer”. La televisión en específico y algunos formatos y tecnologías que funcionan con Internet lo hacen de ese modo: se prioriza el entretenimiento, y su supervivencia en el mercado se resume en ello, en qué tanto pueden entretener.

Aquí, la información pasa a través de un filtro. Debe verse entretenida, colorida o divertida; debe causar impacto y “ser vista”. Para producciones basadas en el rating, esto no es raro; de hecho, es la forma en que se sostiene. Lo problemático viene siendo cuando estas dinámicas se traspasan a la educación. Neil Postman tenía una opinión decisiva y una aversión personal sobre combinar educación y entretenimiento. En su mismo libro, también incluye un capítulo entero que es una crítica profunda a programas ahora tan clásicos y añorados como «Plaza Sésamo». El libro de Postman no ha envejecido bien, pero ha sido una crítica bastante constructiva y necesaria en la actualidad, aunque tenga que reestructurarse en varias partes. Algo que Postman rechazaba fervientemente es la importancia que tiene hoy la información. Se hace común recordar un hecho noticioso no tan relevante y que, para muchas personas, este evento no tenga espacio en su memoria, o, por otro lado, que este suceso parezca más lejano de lo que se creía entonces. Vivimos en una época saturada de información; cientos de datos y eventos trascendentes para nuestro presente desfilan rápidamente en una cinta pequeña bajo los noticieros, allí donde no se ven, allí donde no importan. Palabras que terminan como paradas en el letrero de un camión moderno, pero sin un destino al que resonar en nuestras cabezas. Hechos trágicos y dolorosos se pierden en un tweet o en una historia que junta suficiente feedback antes de perderse a la mañana siguiente. Las noticias, los hechos, los problemas y las impresiones y pensamientos que dan vueltas en nuestra conciencia unos minutos al sostener el teléfono se borran bajo el ocaso de la memoria ante un nuevo día, en el que esa rueda del consumismo informático da otra vuelta y otro reseteo.

Somos máquinas deseantes y hemos modificado nuestro apetito. Donde pudiese aparecer el pesimismo y el desánimo de condiciones tan complejas, están también las bases de lo único de lo que podemos ser conscientes: nuestro actuar. Se empezó con una pregunta: ¿es buena o mala la velocidad con la que la información viaja hoy en día? Más que buena o mala, deberíamos pensar qué contenidos y tecnologías específicas son saludables para nosotros; la televisión y el contenido en Internet únicamente expuesto por un emisor no es precisamente la mejor idea. Sin comunicación, no hay educación, pero claramente estas tecnologías podrían tener otros usos mejor establecidos si se les delimita su campo de acción. La educación, por supuesto, puede mejorarse con estrategias que hagan los contenidos más “entretenidos” y digeribles, especialmente para los niños. Aunque, igualmente, sería bastante peligroso que su fin principal solo sea el entretenimiento; podrían perderse conocimientos imprescindibles por ello. Hasta aquí, el tema sigue siendo complejo, pero algo es evidente: la tecnología es más que buena o mala; cada invento tiene sus usos intrínsecos. Junto a esa conclusión, también es claro que somos seres que han prosperado gracias a la construcción de tecnología; cambiamos nuestro modo de vivir con ellas y, con otras, podemos llevarlo también a lugares mejores.

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