POR EL DERECHO A EXISTIR
Las palabras se entrelazan como hilos, tejiendo una compleja trama de ideas. A veces, como puntos claros y evidentes; otras, como sombras ocultas entre la angustia y el dolor que inflige la violencia. Una violencia sutil, casi invisible, que se esconde en la indiferencia, en el silencio que hiere.
Ignorar, excluir, aplastar: son formas de violencia que menoscaban la dignidad humana, especialmente cuando se ejercen en el ámbito laboral. Las personas agresoras, con nombres y cargos, infligen heridas profundas y constantes, sin importar su posición jerárquica.
En el estado de Hidalgo de acuerdo con la Encuesta Nacional de Dinámicas en el Hogar (Endireh 2021), realizada por el Inegi, 1,009,482 mujeres han laborado a lo largo de su vida, esta misma encuesta tiene entre sus hallazgos sobre la situaciones que viven las mujeres en el ámbito laboral, que el 27.9% ha experimentado algún tipo de violencia en el transcurso de su vida laboral; 18.1% experimentó discriminación laboral; 14.4% vivió situaciones de violencia sexual; 12.2% sufrió violencia sicológica y 1.9% padeció violencia física.
El trabajo, ese espacio que debería ser un pilar de realización personal y económica, se convierte en una pesadilla para muchas mujeres en México. El derecho a un empleo digno es un principio fundamental, pero la realidad para muchas es una lucha diaria contra la violencia, una batalla que se libra en silencio y que deja profundas secuelas.
Es inaceptable que un lugar de trabajo se convierta en un campo de batalla donde se menosprecia la salud mental, física y emocional. El acudir a trabajar no debería ser sinónimo de sacrificio, de negociar con una misma la dignidad y el bienestar. Cada día que comienza con el lastre a enfrentar una nueva situación de violencia es un día robado, un día en el que se aplasta el espíritu.
Ante esta realidad, la denuncia se erige como una barrera casi infranqueable. Las estructuras organizacionales, muchas veces permeadas por una cultura de silencio, no ofrecen los canales seguros y confiables que las víctimas necesitan. El miedo a las represalias, a perder el empleo y a ser estigmatizadas, paraliza a muchas mujeres, condenándolas a vivir en un círculo vicioso de violencia y sumisión.
En este contexto, las redes de apoyo son el telar interior que nos permite reconfigurar nuestros propios patrones de pensamiento y comportamiento. Al tejer nuevas conexiones y significados, deshacemos los nudos de la angustia y tejemos un tapiz de esperanza. En este proceso, cada hilo representa una oportunidad para crecer, aprender y sanar. En cada persona y palabra que acompaña encontramos la fuerza para superar los desafíos y sobrevivir al día a día, a pesar de las y los violentadores.