TIEMPO ESENCIAL
Hace no mucho tiempo los pensadores se preguntaban cuál sería el futuro de la humanidad. La respuesta, fuera negativa o positiva, incluía una certeza previa: que pese a todos sus problemas, seguiría subsistiendo como especie aun cuando las condiciones futuras modificaran su conducta y, por supuesto, los resultados de su acción.
Pero la pregunta que nos hacemos aquí es distinta. Ya no tratamos de saber qué futuro espera a los humanos, sino si los seres humanos tendrán un lugar en el futuro. Esta es la radical diferencia entre preguntar qué será de nosotros en el futuro o si podemos contar con un futuro como especie.
Las amenazas han estado presentes durante toda la historia de la humanidad, pero los avances de la ciencia, la democracia y el entendimiento entre las naciones, nos hicieron creer durante un largo lapso de la civilización moderna, que nuestro destino como especie estaba ligada al poder del hombre para saberlo todo y lograrlo todo por lo que las amenazas de un final apocalíptico, parecían quedarse tan solo en las leyendas o las creencias religiosas de los pueblos antiguos, cada vez más olvidadas.
Pero lo que viene sucediendo en los últimos tiempos ya no es el final esperado que pudiera imponerse a los seres humanos por fuerzas ajenas a su voluntad; el proyecto que se levanta actualmente es totalmente diferente, en la medida que se basa en la posibilidad de prescindir totalmente del propio ser humano, por causas que sus promotores han decidido llevar a cabo sin importar las consecuencias que pueda tener sobre la existencia de la propia raza humana.
El ser humano es la única especie que lucha con todas las fuerzas a su alcance para destruir a su propia especie. En nuestros genes o la historia, está la posibilidad de que seamos nosotros quienes acabemos con nosotros mismos, sin que otros seres o especies lo hayan determinado.
En el pasado, los seres humanos dejaron a la divinidad la posibilidad de salvarlos de sus enemigos o acabar con ellos con su bendición; pero hoy, ese compromiso ha desaparecido. Los seres humanos civilizados, ya no creen que una fuerza trascendental se ocupe en salvarlos, porque descubrieron que no hay Dios que los proteja y dicte sus normas de comportamiento. La modernidad es la época en que, como dirían sus filósofos, el hombre llega a su mayoría de edad y es el arquitecto de su propio destino. Con esa confianza filósofos como Kant apostaron a lograr una pax perpetua entre los individuos y las naciones mediante el diálogo, la sensatez, y el sentido de hermandad entre los hombres.
El deber se imponía racionalmente sobre el ser humano, más no en la práctica. Las guerras, conquistas y masacres entre los pueblos llamados civilizados, y de éstos sobre los considerados atrasados fueron cada vez mayores. La ciencia contribuyó a que los “pueblos de razón” sometieran a los “pueblos naturales” mediante armas cada vez más letales. La guerra, científicamente organizada, se llevó a todo el mundo, y la modernidad concluyó entre los océanos de sangre tras dos guerras mundiales; la imposición del capitalismo sobre el resto del planeta y el sometimiento de la filosofía, la ciencia y la técnica, a los designios de la ganancia económica obtenida mediante la explotación colectiva y maquinizada de la fuerza del trabajo.
El hombre moderno transformó el mundo sometiéndolo a la fuerza de sus armas y la superioridad intelectual de su ciencia, y el dominio de sus paradigmas culturales.
Al final de cuentas, las fuerzas generadas en ese proceso devinieron, en los últimos años, en un desarrollo de la tecnociencia (definición), que escapa ya a toda posibilidad de control social; aunque no del de las fuerzas económicas, políticas y militares que se han posesionado de las estructuras de los estados modernos, poniendo en crisis el sistema económico mundial nacido al calor de la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos grupos y sujetos en el mundo, que a su vez tienen en sus manos: a) el control de la producción del conocimiento tecnológico; b) el capital financiero internacional; c) los sistemas educativo y de salud tanto públicos como privado y d) la red informática y los medios de comunicación tradicionales.
Sin embargo, el sistema mencionado no podía escapar a sus propias contradicciones internas, y como todo modelo histórico, ha entrado recientemente en un estado de crisis interna cuyas consecuencias aun no resultan de todo claros ni predecibles.
La crisis, que venía ya anunciándose desde tiempo atrás –principalmente desde 2008-2009 en los Estados Unidos y otros escenarios mundiales– vino a aflorar definitivamente con el ascenso al poder de Donald Trump, representante político directo de una fracción de la oligarquía norteamericana, empeñada en frenar la decadencia del poderío económico estadounidense, y poner un alto al ascenso de otras economías emergentes, principalmente la China, que en poco tiempo alcanzó el segundo sitio mundial de importancia y se encuentra a punto de desplazar a los Estados Unidos como la primera.
El fondo de la lucha entre esas potencias es, sin embargo, la carrera por dominar las tecnologías más avanzadas, pues quien las posea o domine su producción tendrá una ventaja competitiva sobre las demás potencias.
La lucha por la ventaja tecnológica es una carrera entre ambos bandos para levantarse con la victoria, aunque no para la humanidad, pues más allá de los posibles vencedores como de vencidos se encuentran esos cambios acelerados en la técnica y la ciencia, dejarán para la vida humana y planetaria de nuestro tiempo y el futuro.
Nos encontramos pues, situados en una época a la que se le comienza a identificar de transhumanista, en que el destino y la vida del ser humano se supedita ciegamente a la lógica del desarrollo tecnológico para la competitividad y la ganancia económica. La ciencia como campo autónomo de búsqueda libre y confiada al bienestar humano ha desaparecido.
Hoy, la figura del gran científico humanista sacrificado en la búsqueda del bienestar social ya no existe. Ganó al final de cuentas la profecía del monstruo del doctor Frankenstein (Mary Parker Shelley) que tanta angustia causó a los lectores en el siglo XIX, y que ahora vuelve a surgir al observar a la ciencia completamente desprendida de todo control social, dirigida a producir sucedáneos de las funciones humanas cada vez más especializadas, eficientes y eficaces, mediante la automatización, robotización y en estos momentos la inteligencia artificial: el penúltimo reducto de la naturaleza humana, antes de que las máquinas desarrollen su autoconsciencia y capacidad de tomar decisiones propias, las que no tardarán en desarrollar entes post humanos independientes.
De ser así, ¿qué lugar le queda al hombre en el concierto de la realidad actual ya deshumanizada al extremo? Al parecer, tan solo desaparecer o ser exterminado.
Pero esa decisión no es aún de las máquinas, sino de quienes se han propuesto desarrollar todas las potencialidades humanas y ponerlas al servicio de un objetivo crematístico o un proyecto humanista.
No es pues, una pregunta de respuesta fácil la que ocupara la mente y la acción de la humanidad los próximos años. Es posible que en poco tiempo los artefactos autónomos y la inteligencia artificial ocupen el lugar que los seres humanos todavía tienen en el sistema productivo.
Pero las máquinas no producen ganancias por sí mismas, tiene por necesidad que haber seres humanos que vendan y compren lo producido por ellas para reproducir su existencia, y si los seres humanos se vuelven prescindibles no habrá quien reproduzca e incremente el capital. Pues una máquina no puede comprar y crear plusvalía por sí misma.
¿Quién lo haría entonces? ¿el ser humano seguirá siendo necesario para el capitalismo o este se reproducirá automáticamente?
Estas y otras interrogantes asaltan el pensamiento humano de nuestro tiempo. Frente a la inevitabilidad de una tragedia que ya está en curso en distintos planos –la deshumanización culminante en el capitalismo hasta su plena desaparición”–, se levanta el principio de esperanza (Ernst Bloch), la convicción de que el futuro de la humanidad se alcanzará por la humanidad misma, y no por los artefactos que ella produce, para bien o para mal.
Pero esta es ya una utopía a la que quien escribe quiere, desea, busca aferrarse y buen tema para continuar dialogando próximamente con nuestros estimados lectores de “Tiempo Esencial” en las páginas del Diario Plaza Juárez. miguelseral@gmail.com
Mayo 2025