Ad image

Filosofar en Hidalgo, ¿para qué?

Miguel Ángel Serna
7 Min de Lectura

TIEMPO ESENCIAL (IV) 

Hacer filosofía requiere de cierta dosis de inteligencia y perseverancia, pero, ante todo, pasión por la verdad, compromiso, atención, espíritu libre y una buena dosis de sacrificio. A cambio, los resultados serán fructíferos para quienes cuenten con el ánimo suficiente para aplicarla tanto en su formación intelectual, como a su vida cotidiana. 

No obstante, la opinión pública es un tanto escéptica sobre los beneficios del pensar filosófico actual, que no se distingue precisamente por su tono esperanzador respecto a la condición humana, perspectiva radicalmente distinta a la actitud filosófica de la antigüedad, tal vez más ingenua, pero mucho más optimista que la de hoy.

Y no es que las cosas anduvieran mejor entonces que en nuestros días: el mundo siempre ha sido escenario de suficientes miserias, como para paralizar cualquier optimismo; lo que pasa es que la filosofía del pasado no efectuó la separación que más tarde ocurrió entre el mundo de la vida y el de la razón.  

En el mundo clásico, Sócrates, Platón y Aristóteles, y aún los estoicos y epicúreos, coincidían en considerar a la práctica filosófica como el mejor ejercicio moral para alcanzar una vida feliz. Por su parte, los medievales, la entendieron como una propedéutica de las cosas divinas y más tarde, el Renacimiento, trajo consigo nuevos aires de optimismo, que inyectó en sus pensadores una confianza desmedida en la capacidad humana en saberlo todo. Entusiasmo que se apoderó de quienes pagaron hasta con la vida su contribución en el avance de la humanidad. 

En cambio, durante la Edad Moderna, la filosofía buscó fundamentar el conocimiento bajo un principio fuera de toda duda, ya que la duda cundía por todos lados. Descartes –gran matemático- llevándola al extremo, concibió (Principios de Filosofía I, 1,7)  que era la propia duda el principio indudable de todo conocimiento y no algo ajeno al propio pensamiento mismo, lo que permitió, momentáneamente, construir una base firme al saber humano pero provocando un sentimiento de aislamiento y soledad tal en el hombre moderno, que condujeron al angustiado  Blaise Pascal –otro matemático y filósofo notable-  a responder que “el corazón tiene razones que la razón no conoce” (Pensamientos).

El resultado de este proceso de separación entre el pensar y el sentir, la razón y la experiencia, concluyó con el  desarrollo prodigioso de las ciencias y la tecnología, y los profundos cambios sociales y políticos del mundo contemporáneo a costa, sin embargo,  de  diluir la unidad del ser y el conocimiento; el sentimiento y la razón; el hombre y la naturaleza; el individuo y la comunidad. Paradigma de pensamiento en crisis ante el embate de la lógica pragmático-estratégica, que impone su lógica perversa de la no-verdad y el utilitarismo, para justificar los más horrendos crímenes en la historia de la humanidad.  

En ésta tónica, aquellos que como los hidalguenses, no estamos al tanto de dicha realidad cuya reflexión es tarea de la filosofía, y que padecemos sin saberlo las consecuencias de su ausencia, nos encontramos ante una triple desventaja: por un lado, no saber siquiera de qué juego trata la filosofía, ni del estado actual que guarda su campo de saber. 

Por otro, ignorar las ventajas que otorga sus conocimiento y  práctica sistematizadas, para hacer frente a los problemas de nuestra realidad y además, la de poder  integrarnos  a  las conversaciones filosóficas de quienes ya cuentan con los espacios y grupos profesionales, para llevarlas a cabo en otros lugares de México  y el mundo entero.   

Seamos pues, sinceros, reconozcamos nuestra orfandad filosófica, pero atrevámonos a soñar que en Hidalgo, la filosofía tiene un papel importante que desempeñar  entre nosotros. 

Para lograrlo hemos de superar los prejuicios y  engaños que se empeñan en obstaculizar su presencia, interponiendo entre ella y nosotros, interpretaciones de la realidad que hasta ahora han pasado como “normales”, “necesarias”, “obligatorias” o “prudentes”,  pero cuya función consiste en  mantener el statu quo, mediante ideologías del desarrollo económico y el progreso social destinado, en los hechos,  a  “cambiar todo sin que cambie nada”.

Nosotros nos quedamos con la visión optimista de Marcel Proust, para quien “aunque nada cambie, si yo cambio, todo cambia”, frase que puede provocar tan solo una ilusión, pero que aplicada a la filosofía nos da valor para considerar, al menos, que el bien que perseguimos propicie pequeños cambios personales y en nuestro entorno inmediato; y eso, ya será ganancia. 

Contar  con  un  espacio para el ejercicio filosófico en Hidalgo es  necesario y posible. Por lo pronto, y situándonos en nuestro tiempo y circunstancias, Tiempo Esencial busca convertirse en un referente dedicado no solo a la propagación de las ideas filosóficas pasadas y actuales, sino a la promoción de encuentros y diálogos entre los hidalguenses que ya la practiquen o vayan acercándose apenas al calor de su fogón; sin más cortapisa ni condición  que  permitir la libre expresión e interpretación de cualquier reflexión filosófica, por ingenua, extraña o inútil que parezca a quienes no coincidan con ella. 

En ese sentido no hay ni puede haber una filosofía única, tal cual sucedió en el pasado, al utilizar algunas teorías como instrumento de intereses no filosóficos.  La filosofía en Hidalgo ganará con la “regla de oro” del respeto incondicional a la libertad de pensamiento frente a cualquier otra autoridad intelectual, política o  moral; tal y como lo hizo saber Aristóteles, refiriéndose a las teorías de su maestro Platón, argumentando que “siendo amigos ambos, es más honrado poner la verdad por delante” .

Nos encontraremos la próxima semana, si ustedes y el implacable director de Plaza Juárez así lo permiten. Hasta entonces, sean felices y si ya lo son, sigan siéndolo.

Compartir esta nota