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martes, febrero 4, 2025

¡Feliz Navidarks, mis queridos Grinch!

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UN ADULTO RESPONSABLE

Me encantan las piñatas: las caseras, las compradas, las que logran su cometido de parecerse al personaje que representan, pero también las que no; las de cartón, las de olla, las de un material poco conocido. Me gustan para cada ocasión, pero en las posadas y en Navidad, tienen ese aliciente de portar magia. Claro, para los católicos fervientes significan una cosa más espiritual y así, pero para los demás, es un simple objeto que promete un sinfín de sabores al paladar y eso está muy bien.

Recuerdo con nostalgia las veces que fui el encargado de hacer que cayeran los dulces y, con un poquito de desagrado, la ocasión en que me salió un chipote porque alguien no agarró bien el lazo y la olla fue a parar a mi cabeza. Quizá por eso ya casi no las fabrican.

Y justo a ese punto quería llegar con esa introducción, las tradiciones se van perdiendo y aunque está genial que surjan otras para ocupar su lugar (y a veces de mejor forma), hay otras que es mejor decir: “Aquí se acabó”.

Como ejemplo, puede que un evento desafortunado como la muerte de alguien, haya acabado con alguna tradición y, a pesar de los esfuerzos por tratar de reanimarla, sabemos que las cosas ya nunca serán igual y está bien.

Pero si se preguntan si esta reflexión deprimente es el contenido neto de la columna, déjenme decirles que no. Porque hoy quiero dedicar estas líneas a todas aquellas personas que se esfuerzan por arreglar lo que muchas veces ni rompieron. Para todos aquellos que compran regalos, no por obligación, sino por el gusto de hacer feliz a alguien; por los que cocinan con el corazón para que tengamos todos una fiesta digna; por aquellos que sufren como anfitriones pero siempre tienen la casa impecable y la ofrecen sin vanagloriarse; para todos los que tienen el coraje y la valentía para arreglar los acuerdos y/o problemas que surgen en estos días y no ponen mala cara.

Estas palabras van para la tía que nunca se desanima y que todos los años en su discurso dice que esta fiesta es sobre Dios y que nosotros debemos festejarlo dejando que nazca en nuestros corazones y que eso se demuestre con cariño hacia los demás.

Pero claro, aunque deseo que a esas personas Dios les dé una vida larga y próspera, también espero que nunca se rindan en sus labores de darle vida a la Navidad.

Además, hoy saludo a los amargados, al resto. Son miles, cada quien tiene varios en su familia y desde que se estrenó la famosa película ahora tienen un nombre: Los Grinch. ¿Y saben qué? Tienen razón. 

La Navidad se ha convertido en pura mercadotecnia, en un despilfarro de dinero a lo tonto… En todo, menos en su esencia. Tienen razón en “odiar” estas fechas.

Y aún así, colaboran… Terminan yendo a los eventos, consiguiendo los regalos de último minuto, arreglando, limpiando, escombrando. 

Veo a muchos de los Grinch decorando y diciendo: “No te confundas, odio la festividad pero me encanta que todo se vea de lujo”, adoro a esa gente.

Y claro, todo lo hacen a regañadientes o de mala gana, pero después de convivir un ratito con el primer grupo, de pronto la fiesta se vuelve homogénea y los “amargaditos” agarran confianza y se vuelven hasta el alma de la reunión.

Hoy los saludo y les digo: gracias por todo su esfuerzo, paciencia y dedicación, sin ustedes y sus constantes recordatorios de no transformar la fiesta en lo banal de siempre, nada sería igual. ¡Los quiero mucho, los veo la próxima Navidad!

Nota: Todos hemos sido El Grinch en alguna reunión, así que hay que disfrutarlo y tomarnos las cosas más a la ligera, porque lo importante siempre será la oportunidad de estar juntos.

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