PIDO LA PALABRA
En la política mexicana, el acceso al poder se ha convertido en un juego de cuotas, cotos y cuates, donde la meritocracia es desplazada por las relaciones personales y el amiguismo. Este fenómeno, que se repite elección tras elección, ha permitido la consolidación del nepotismo como una práctica común y profundamente arraigada dentro del sistema político. El nepotismo, lejos de ser una cuestión menor, es una de las manifestaciones más evidentes de la corrupción política, pues erosiona la confianza ciudadana y obstaculiza el desarrollo de una verdadera democracia.
El nepotismo se traduce en la imposición de familiares en cargos públicos, sin importar su capacidad o experiencia, con el único objetivo de mantener el control y la influencia dentro de las esferas gubernamentales.
En cada proceso electoral, los partidos políticos anuncian con bombo y platillo que postularán a los mejores hombres y mujeres, pero la realidad es que estos “mejores” candidatos y candidatas suelen ser personas con lazos cercanos a los líderes partidistas, secretarios particulares, compadres o incluso miembros de la misma familia. Este patrón evidencia que la política no se basa en una competencia de ideas o capacidades, sino en la protección de intereses personales y en la consolidación de estructuras de poder heredadas.
Un claro ejemplo de esta práctica es la presencia de aspirantes que aparecen tanto en listas de mayoría relativa como en representación proporcional. Esto asegura su permanencia en el poder, sin importar el resultado en las urnas, convirtiendo la política en una red de favores y compromisos donde lo único que se busca es garantizar la continuidad de los grupos de poder.
El nepotismo no solo afecta la credibilidad de las instituciones, sino que también impacta directamente en la eficiencia del gobierno. Cuando los cargos públicos son ocupados por personas sin preparación ni experiencia, se promueve la mediocridad y se paraliza el desarrollo de políticas públicas que realmente atiendan las necesidades de la ciudadanía.
Las negociaciones entre partidos, las coaliciones estratégicas y los acuerdos cupulares son otro mecanismo que alimenta esta cultura de nepotismo. Algunos grupos exigen cuotas de poder con el argumento de representar a sectores específicos de la sociedad, como jóvenes, campesinos o trabajadores, pero en realidad estas cuotas no responden a una representación genuina, sino a la necesidad de asegurar posiciones de privilegio para ciertos grupos internos.
Es evidente que los políticos se resisten a eliminar el nepotismo porque es un mecanismo que les permite mantener el control. Poner fin a esta práctica implicaría abrir las puertas a nuevos liderazgos, democratizar verdaderamente la política y permitir que el acceso a los cargos públicos se base en méritos y no en relaciones personales. Sin embargo, esto representaría una amenaza directa para quienes han construido sus carreras políticas sobre la base del clientelismo.
La ciudadanía, por su parte, juega un papel fundamental en la erradicación del nepotismo. Es necesario fortalecer los mecanismos de rendición de cuentas y, sobre todo, castigar en las urnas a aquellos partidos que continúan promoviendo el nepotismo como una forma de hacer política. Solo así será posible construir un sistema verdaderamente democrático, en el que los cargos públicos sean ocupados por quienes realmente tengan la capacidad y la vocación de servicio para desempeñarlos.
El reto es grande, pero la construcción de un país con una democracia auténtica depende de la voluntad de la sociedad para rechazar y combatir estas prácticas que solo benefician a intereses mezquinos.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.