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El eterno suspiro de la fuente

Javier Peralta
5 Min de Lectura

LAGUNA DE VOCES

La fuente del jardín lleva encendida por lo menos una semana. Dirán los que saben de bombas de agua y otros menjurjes, que lo más indicado es prenderla solo cuando hay quien la puede mirar y de paso se ahorra en energía eléctrica y se evita algún corto. Sin embargo, en el lenguaje único de los fantasmas que son los principales admiradores del manantial eterno del que hablo, es justo cuando la luz de las estrellas y la luna iluminan, que se puede admirar en todo su esplendor y escuchar las canciones que entona el chorro de agua que brinca, hace un giro y empieza a caer lentamente hasta su origen.

Así que en honor al fantasma de la mujer que pasea por todos los corredores del edificio, saluda educadamente y pronuncia el nombre de quien la mira, es que no seré yo quien baje la pastilla del centro de carga. La fuente no volverá a parar nunca, y espero que la certeza de que controla cada uno de los corazones de quienes habitamos unas oficinas que hace décadas dejamos de comprender por qué tanta ausencia de visitantes, y achacamos a la posibilidad de que un día cualquiera fuimos sorprendidos con uno de esos golpes del tiempo que ni nos llevó a otra parte, pero en cambio quedamos estacionados entre un futuro que nunca existió, y un pasado que se resiste a esfumarse, es que el agua que cae y cae será eterna, o al menos hasta que nos vayamos uno por uno.

Un tiempo el jardín lució apesadumbrado, incapaz de entender cómo, alguien podía llamar jardín a un pedazo de tierra con pasto amarillento, unas rosas que se negaron a morir nada más por hacer la maldad, y cuatro cipreses que seguramente alcanzarán muy pronto los 20 metros de altura que ahora sé, pueden llegar a medir, y los 300 años de vida que se sabe casi todos logran si no los molesta un rayo, incendio, o cosas por el estilo.

Hoy el panorama es otro, digno para ser espacio de descanso para cuatro o cinco fantasmas que andan quitados de la pena, y de la vida, por cada rincón de las oficinas. La mayoría de quienes permanecen en el edificio sabe que su lugar predilecto es junto a la fuente, desde donde pueden ver una cada vez más grande variedad de flores, enredaderas y hasta plantas exóticas con las que seguramente debe ser más sencillo mirar lo que otros se niegan a ver.

Es decir que la fuente no puede parar su trabajo de todos los días, años y siglos que a lo mejor alcanzan para ver el momento en que las apariciones dejen de serlo para reincorporarse a una vida que nunca han dejado.

Por eso la noche, la luz de luna, de los luceros, serán los mejores ingredientes para quienes se apunten, todavía con vida, a la lista cada vez más y más extensa de quienes buscan apartar un lugar para escuchar el manar del agua, los movimientos de las flores, enredaderas, y por supuesto la vocación de los cipreses que a toda costa buscan llegar a los 20 metros de altura, para que de ahí en adelante lo más importante sea cumplir año por año hasta llegar a los 300.

Nadie apagará la fuente porque se corre el riesgo no solo de desajustar la realidad sino la paz serena y bondadosa de los fantasmas, que educados saludan a quien se cruza en su camino sin ánimo alguno de espantar, y por el contrario contarles de la calma y serenidad que trae escuchar el borboteo de una fuente eterna.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx

@JavierEPeralta

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