PIDO LA PALABRA
En esta historia sin final feliz, los ciudadanos somos los espectadores resignados de una función repetida hasta el cansancio, pero sin posibilidad de levantarnos de la butaca.
A diario se abre el telón de una tragicomedia donde las promesas, las traiciones y los discursos huecos se entrelazan en un escenario que ya nadie aplaude; los actores principales, parecen haber olvidado que no representan una obra escrita por ellos, sino por un pueblo al que hace mucho dejaron de escuchar.
La realidad política que nos envuelve ha dejado de ser sorprendente para convertirse en una rutina amarga, como un decorado desvencijado que se cae a pedazos mientras quienes deberían repararlo se reparten entre ellos los restos. Y, sin embargo, aquí seguimos, en medio de esta puesta en escena perversa, preguntándonos si alguna vez seremos más que público, y si alguna vez alguien escribirá un libreto distinto, donde los invisibles ya no sean solo utilería, sino protagonistas verdaderos de su propia historia.
En este punto me viene a la memoria el cuento de “Alicia en el País de las Maravillas”, con la diferencia de que este mundo no es imaginario, y en donde los personajes de esta obra de la vida real no son ni el Conejo Blanco, ni Sombrereros, ni Gatos de Cheshire, ni aparece ninguna Reina de Corazones; sí en cambio, nuestra historia de cada día está protagonizada por personajes patéticos, algunos alcanzando el nivel de ridículos y otros hasta dramáticamente tenebrosos; y no, por desgracia no aparece ningún Pájaro Loco, aunque alguno de los personajes de nuestra historia de la vida real lo podría interpretar de maravilla.
Y al igual que Alicia siguió a un Conejo y terminó cayendo en un profundo pozo, nosotros también parece que entramos a un túnel que da la impresión de no tener fin y que sin lugar a dudas también nos está llevando a un mundo de absurdos y paradojas; y al igual que el Conejo que corre murmurando que llega tarde, nosotros siempre iremos contra reloj por la prisa y el miedo de nuestros personajes de la vida real; ellos son en realidad el pozo profundo de nuestra historia, y nuestra caída sí nos hará mucho daño, ya lo está haciendo.
Con las recetas mágicas de la política que nuestros personajes nos convidan, en un momento nos hacen sentir tan pequeños y que nuestro tamaño es de tal insignificancia, que los políticos tienen que voltear hacía abajo para darse cuenta de que ahí estamos, es más, a veces nos sentimos el personaje principal de la obra de H.G. Wells, “El hombre invisible“, pues en la mayoría de las decisiones que toman en nuestro loco mundo de la política, parece ser que ni nos ven y ni nos oyen; parecemos una sociedad invisible en un país de ciegos y sordos.
Pero también y como por arte de magia, el pueblo invisible cobra fuerza, adquiere un tamaño descomunal y se nos dice que somos la inspiración en sus noches de desvelo; que en sus sueños húmedos siempre aparecemos como el gigante que, en lugar de hacha, tenemos un voto poderoso; nos envuelven con sus discursos, a algunos nos hacen vibrar de la emoción al saber que alguien está entregando su esfuerzo y su vida y la pone al servicio del pueblo, y al final nos dejamos guiar.
Lo cierto es que cualquier fantasía es rebasada por la realidad, la espiral política está llena de mentira, corrupción, manipulación, soberbia e intolerancia; y nuestros personajes de carne y hueso, representan el auténtico mar negro del que urge salir antes de que nos ahoguen en la porquería, esa que día con día recibimos a través de la contaminación política; en tanto, el pueblo invisible, partiéndose el alma en las calles para medio sobrevivir y llevar algo de comer a sus hijos, aún a riesgo de que se nos atraviese algún desalmado que frustre nuestros sueños.
Las palabras se las lleva el viento, pero mi pensamiento escrito está.