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domingo, noviembre 24, 2024

¿Échale ganas?

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LUZ DEL PENSAMIENTO

Hágase un par de preguntas antes de iniciar con esta columna: 

  1. ¿Su autoestima depende de su productividad? 
  2. ¿No ser tan productivo o dedicar un día a descansar le deja una sensación general de culpa o vergüenza? 
  3. ¿Se esmera demasiado en trabajar mucho o verse rentable en su empleo y causar una buena impresión? 
  4. ¿Ha descuidado alguna vez su salud física o mental por continuar sus pendientes en el trabajo? 
  5. ¿Considera que solo “trabajar duro” es lo que trae la felicidad?

Si ha respondido sí a mínimo a dos preguntas es muy probable que esté influenciado bajo la “cultura del sacrificio”, de buenas a primeras por el nombre no parece una mala idea, sin embargo, la realidad de muchos mexicanos que la padecen en sus trabajos es que está muy lejos del compañerismo, la buena relación entre jefes y empleados, el esfuerzo, la pertenencia a una empresa o el amor por el trabajo. Con esa cultura se motiva a hacer sacrificios personales como: estar más tiempo disponible, quedarse horas extra o trabajar fuera de la jornada laboral atendiendo llamadas, mandando correos y estando al pendiente de cualquier cosa que ocupen los empleadores.

Una cultura del sacrificio afecta nuestras relaciones personales, impide dedicarle tiempo a nuestros pasatiempos o el uso de nuestro tiempo libre, reduce parte de la convivencia con nuestra familia o amigos, puede provocar problemas en la salud física y mental e incluso afecta la forma en que gestionamos el tiempo, quitándoselo a tareas del hogar o el cuidado personal. 

Cuando Octavio Paz escribió “El laberinto de la soledad” tenía razón al decir que: “el mexicano puede humillarse, agacharse, pero no rajarse”.  A Paz le quedaba claro que este era un gran problema de la sociedad mexicana y que pasaba solo acá, a diferencia de otros pueblos. Esa idiosincrasia se mantiene hasta hoy en día, se prefiere humillarse antes que rajarse o quejarse. Es una frase de oro que despierta en cualquier mexicano una herida a su orgullo.

Y regresando al tema, el mexicano prefiere humillarse y agacharse antes que rajarse en el trabajo y no sacrificarse. Duele al orgullo ser puntual e irse a la hora de salida en lugar de quedarse otro rato con los compañeros, hiere el orgullo no “ponerse la camiseta” o no quedarse hasta tarde sin horas pagadas. Dentro del folclore mexicano existe otra frase poderosa además del “no rajarse”: es el “échale ganas”, una frase que desde las buenas intenciones siempre intenta significar que: «a mal tiempo, bueno cara». Pero nuestras condiciones no son justas como para que solo le echemos ganas a las cosas ¿Debemos de esforzarnos? Sí. ¿Ponerle buena cara a todo? No exactamente.

De acuerdo con la Secretaría de Salud, tres de cada cuatro trabajadores mexicanos padecen estrés laboral y aproximadamente unas 15 millones de personas padecen algún padecimiento mental provocado por el estrés laboral. Y según la Organización Mundial de la Salud (OMS) un 75% de trabajadores en México padece efectos del estrés laboral. 

Y ¿qué tiene que ver esto con el “échale ganas” y el “no rajarse”? ¿En que empresas y personas repiten estas ideas constantemente al punto que se convierten en una verdad, aunque la realidad sea otra? Nunca se ha necesitado que una herida tenga que agrandarse, ponerse peor o infectarse para que sane. Del mismo modo en el trabajo, ¿por qué trabajar más ayudaría a reducir las consecuencias en la salud laboral actual?

En 2010, el ensayista surcoreano Byung Chul-Han escribió un libro llamado la sociedad del cansancio (Burnout society), haciendo referencia al «síndrome de Burnout» un trastorno mental muy común hoy en día provocado por realizar mucho trabajo en poco tiempo, hacer tareas que generen angustia o sentirse culpable por “no hacerlas correctamente” y sus principales síntomas son el dolor muscular, falta de memoria, fiebre leve, irritabilidad, desánimo, falta de concentración e insomnio.

El autor menciona que estamos obsesionados con el rendimiento, ser más eficientes o trabajadores, nos preocupamos mucho por nuestra productividad y vivimos exigiéndonos demasiado. Por eso en la actualidad los padecimientos mentales están al alta. Igualmente, por eso nos hemos convertido en una sociedad del dopaje. En internet, la televisión y los medios se lazan a la gente diariamente comerciales de bebidas energéticas, suplementos alimenticios o “vitaminas” para “sentirse más activo” o “más despierto” y para eso ser más productivo y trabajar más. Los científicos y los profesionales de la salud ya han denunciado lo peligroso y hasta adictivos que pueden ser estas sustancias, pero se ha hecho poco en contra y siguen vendiéndose por lo útiles que son.

Hoy en día se vuelve moda y se recomienda aprender en el trabajo técnicas como el «multitasking», la capacidad de realizar más de una tarea al mismo tiempo, por ejemplo, en una oficina enviar correos, programas reuniones y enviar reportes a la vez. Pero este autor reflexiona que esta habilidad no es nueva, sino algo común entre animales salvajes y cuando el ser humano vivía en cavernas, por lo que lejos de una evolución es una regresión en cuanto a desarrollo humano.

El autor también critica nuestra obsesión con la actividad, constantemente buscamos como rellenar nuestros días con ocupaciones más allá del trabajo para seguir sintiéndonos productivos: vamos al gimnasio, salimos a fiestas, vacacionamos, tenemos reuniones, hacemos proyectos, emprendemos ideas, etc. Pero hacer muchísimas cosas sin un fin o un plan es exactamente lo mismo que no hacer nada.

Finalmente, sobre la salud mental, el autor nos recuerda que en lugar de exigirnos menos lo hacemos más, de ahí el “échale ganas” o el “no rajarse”. En lugar de reflexionar y hacer menos cosas hacemos más. Seguimos trabajando y terminando la carga, ignorando la inflamación estomacal o la ligera migraña que es la forma en que nuestro cuerpo nos grita que ya no puede más. Nos “ponemos la camiseta” esperando que el tan anhelado ascenso llegue, aunque probablemente tarde mucho en hacerlo y si se consigue, el daño a nuestra salud estará hecho.

En conclusión, ¿debemos echarle ganas? Echarle ganas es esforzarse y esforzarse no está mal, tal vez solo deberíamos redirigir este esfuerzo a un lugar mejor. Por ejemplo, desde lo individual, crear nuevos hábitos de salud laboral y nunca creer que la productividad o las ganancias están por encima de la salud humana. Como sociedad es importante esforzarse por exigir condiciones salubres en el trabajo, vigilar y apoyar el nacimiento de estructuras legales que beneficien la salud laboral como que se implemente con mayor rigurosidad la NOM-035 que se encarga de prevenir y solucionar los riesgos psicosociales en el trabajo; o presionar porque se tomen acciones a reformas rezagadas y congeladas como la de la jornada de las 40 horas.

Autor

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