24.1 C
Hidalgo
miércoles, mayo 14, 2025

Documento1 y la literatura del Yo

Más Leídas

ESPEJO DE LA REALIDAD

Empiezan ideas. Las tengo todas. Armo las estructuras en mi mente antes de arrancar. Las imagino como columnas posibles, con un primer párrafo potente, con una tesis clara, incluso con ejemplos que me conmueven. Pero cuando abro el archivo —ese que todavía se llama “Documento1”— me quedo quieta.

Entonces empieza. Pongo música. Me acomodo bien en la silla. Me pongo un temporizador. Pienso que tal vez si abro una pestaña menos, si apago el celular, si me obligo a escribir sin corregir, ahora sí saldrá algo. Pasan tres horas. Seis ideas nacen y se caen. Ninguna se cristaliza.

Y entonces, aparece ese texto de otra. De una mujer que sí se atrevió. Que escribió sobre el miedo, sobre la muerte, sobre la sangre, sobre el cuerpo. Y lo dijo bien. Con palabras suyas. Pero que, al leerlas, siento como si fueran mías. Entonces, borro todo. Me digo: “Esto ya fue escrito. Esto que siento ya tiene palabras. Y no son mías”. ¿Para qué insistir?

Una vez, en un taller de cuento, una maestra nos dijo que vale la pena escribir de lo que una conoce. Que la cotidianidad guarda luciérnagas. Yo me lo creí. Me aferré a esa idea para escribir sobre mis días, sobre lo pequeño, sobre mis dudas. Pero no pasa mucho tiempo antes de que esa luz se apague. Porque leo a otras, a otros, que escriben desde lugares mucho más oscuros, más peligrosos, más urgentes. Y entonces lo mío —mi tristeza, mi insomnio, mis ganas de escribir— se siente irrelevante. Frívolo.

¿Cómo se escribe sabiendo que hay mujeres buscando a sus hijas en el campo, con palas y cruces en la espalda? ¿Cómo se escribe sabiendo que hubo un proyecto que usó prendas de vestir para recordar a personas desaparecidas en el Rancho Izaguirre? ¿Cómo escribir sobre mi bloqueo, sobre mi miedo, cuando alguien está escribiendo en una celda, en medio del hambre, del exilio, del duelo? Siento vergüenza. De sonar como una niña chillona. Egoísta. Como si el mundo se viniera abajo y yo solo pudiera decir: “No sé qué escribir”.

Me puse de fondo a Sarah Sefchovich. Dice que vivimos en una época en que la literatura se ha vuelto EGOica. Que no hay una búsqueda de interioridad como espejo del mundo, sino como ventana de exhibición. Que no se escribe para mirar a los otros, sino para llenar la realidad de uno mismo y ser mirado. Una literatura que no dialoga, que no toca, que se encierra. ¿Y si lo que yo quiero escribir también está condenado a eso?

Me pregunto si no estaré cayendo justo en eso: en querer escribir más de mí, más de mí, más de mí, como si eso bastara. Me duele esa posibilidad. Me hace sentir falsa, superficial. Ocupando un espacio que no solo no me pertenece, sino que lo robé, se lo quité a quien sí merecía ser escuchada. Pero entonces vuelvo a preguntarme: ¿por qué tengo tanto miedo? ¿Por qué me exijo tanto? ¿Por qué me juzgo antes de siquiera empezar? Hay algo que no encaja del todo. Porque si fuera solo vanidad, ya me habría rendido. Si fuera solo por mostrarme, escribir no dolería tanto.

Sigo con la página en blanco. Pero al menos hoy no me fui. Me quedé sentada, frente al Documento1.

Autor